por qué no me callo

Si la ciencia salva al mundo…

Una de las cosas que nunca agradeceremos suficientemente a este coronavirus del diablo es que nos ha bajado los humos y la ciencia se va a beneficiar y, por ende, la salud futura de nosotros y nuestra gente. A saber si la humanidad se va a librar de una amenaza vírica mayor que estaba al caer a la vuelta de la esquina. En la última década ha habido tres ataques de este género a cual peor (sin duda, la palma se la lleva este SARS de última generación); he reparado en esa escalada y la conclusión podría ser: ¿viene caminando algo más gordo aún? Para lo cual nada mejor que este espasmo colosal, con un índice de letalidad menor de lo que parece, solo apreciable cuando se establezcan los registros más fiables de contagios tras los test masivos.

¿Por qué reinterpreto entre comillas (las muertes han sido, están siendo abusivas) esta irrupción del coronavirus de Wuhan? Porque ha puesto a la ciencia del mundo entero a investigar vacunas y tratamientos para una plaga gigantesca como esta capaz de extinguir en futuras arremetidas la raza humana encantadoramente entretenida hasta el otro día en sus disputas de salón. Si no es por una sacudida como esta, no aprendemos. ¿De dónde venimos para más señas? Del debate estéril sobre el cambio climático, ante el escepticismo de los gobernantes más poderosos. Esta embestida de la Covid-19 de marras ha provocado un despertar de la conciencia mundial sobre el peligro que entrañan pandemias y otras hierbas. Y con el canguelo de las potencias viéndole las orejas al lobo, se han dirigido a la ciencia y le han inyectado inversiones millonarias para que acelere la investigación y de con la panacea. Jamás ha habido una conjura científica de esta magnitud contra una enfermedad. Si el mundo hubiera conspirado de esta manera contra el cáncer o en su día contra el Sida ya estarían superadas estas y otras afecciones gravemente mortales. Y lo mismo cabe suponer acerca de los infartos, ictus y demás accidentes cardiovasculares, causas mortales de primer orden. O acerca del alzhéimer, el párkinson, la obesidad o la diabetes. No se conoce ningún momento estelar de la ciencia como ahora volcada en resolver un problema de salud puntual. Los investigadores, habituados a mendigar limosnas a la Administración para sus proyectos y ensayos, ahora podrán nadar en la abundancia hasta dar con el antídoto del coronavirus, pues de ello depende la estabilidad de la economía del mundo y la salud del grueso de la humanidad, incluida la clase política, que no se ha librado del flagelo, como hemos visto. La ciencia debe aprovechar este viento a favor. Para sortear el actual desafío y para que se le tome en serio en relación con las otras prioridades financiadas con dificultad insultante.

El coronavirus nos ha conmocionado. Ha venido a sacudirnos las UCI y las conciencias. Saldremos siendo otros de este envite. Si la ciencia nos cura del virus y la economía vuelve a andar en breve evitándose un colapso mayor, creo que habremos entrado en una nueva fase, en la que el científico será elevado a los altares y el político sorullo que no se quiera enterar del cambio bajará a los infiernos. Y que allí se pudra.

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