por qué no me callo

CC lleva la censura doblemente escrita en el nombre

Coalición Canaria nació en el vientre de una moción de censura y lo lleva en la sangre. En marzo del 93, Manuel Hermoso inauguró un ciclo político que iba a tener un largo aliento de gobiernos encadenados por CC, cuya capacidad de reinventarse con socios a diestro y siniestro acabó engendrando un singular régimen por su vocación innata de perpetuarse en el poder. Tan es así que CC ha negado esta operación exponiendo a la mofa pública a sus propios dirigentes (las censuras no se anuncian, se presentan, alardean con jactancia tras los falsos desmentidos) y vuelve a la Casa de los Dragos como quien recupera lo que es suyo y expulsa a unos okupas, de suerte que esta alcaldía le es inmanente.

Desde aquella moción contra Saavedra -la primera en la historia política de la autonomía- ha llovido mucho, pero no ha sido hasta hace un año que los astros se alinearon y CC perdió el poder en una gran traca final de fuegos de pirotecnia. Con la perspectiva del tiempo y la audacia de sus actos, Hermoso ha ido desautorizando el descarrilamiento de su proyecto político, viendo que la codicia rompía el saco, sin que apenas le prestaran atención en la sede de Galcerán. Llegó a promover una disidencia pública contra la inhibición de CC en Santa Cruz para evitar el derribo del Mamotreto, entre otras discrepancias de a bordo. La coronación de Clavijo como heredero absoluto sumió al partido en un caso de demolición paralela. La pérdida de escaños nacionales, de alcaldías, cabildos y Gobierno no fue una limpieza étnica, como sollozó en un tuit el diputado regional Díaz Estévanez. Fue una premonición de la pandemia, un caso de contagio expandido por todas las islas que ha durado un año, con su curva ascendente y descendente.

La censura de Santa Cruz es la llamada genética a sus orígenes de un partido que se fraguó delante de mis ojos aquellos días de marzo del 93, en un Parlamento imberbe que iba a vivir para siempre bajo la amenaza de una censura. Ahora vuelven aquellos idus de marzo, y Julio César ya está advertido por el vidente de turno. Al año de la hecatombe, empieza esta suerte de reconquista en el feudo de las alfombras recién levantadas, como si el auto del Tribunal Supremo que archiva el caso Grúas contra Clavijo hubiera enterrado de una tacada el caso Juan Luis Guerra, el caso Sebastián Yatra, el caso Reparos… y dictado una orden de sobreseimiento preventivo para toda clase de imputación futura bajo un principio hasta ahora restringido a los reyes: la inviolabilidad. “Alea iacta est” (“la suerte está echada”), profirió un César asediado por el Senado al cruzar el Rubicón, antes de declarar guerras por doquier y proclamarse dictador perpetuus.

Si esta censura de manual (el clásico del género exige contar con algunos partidos y un tránsfuga que le dé sabor al conduto) prospera, habrá otros rebrotes, como en el virus, porque en 37 años de autogobierno no ha dejado de actuar el comején de la inestabilidad, devorando el rodapiés de cada pacto como auténticas termitas. Hermoso presentó la censura y le pedí una reacción a Saavedra, pero no me creyó la noticia.

Era el inocente año 1993. Torres, en 2020, tiene hemeroteca de sobra para que CC & Cia. no le cojan desprevenido. Ahora es vox pópuli que Clavijo y Egea han puesto la primera piedra. Caerá Santa Cruz para el PSOE y Telde para CC. Habrá réplicas en el sur y en Lanzarote y ya se busca en el Pacto de Progreso al traidor. “¿También tú, Bruto?

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