por quÉ no me callo

El año del cambio

Hace un año, Canarias iba camino de encarnarse en el México insular y Coalición Canaria en el PRI, el perpetuo partido gobernante tras dilatarse en el poder setenta años (1930-2000) y bambolear ideológicamente entre una izquierda seudorrevolucionaria y el más genuino centro-derecha. La réplica local del demonizado partido charro, una vez consumados 26 años de dinastía en el puente de mando de los gobiernos autonómicos, mordió, finalmente, el polvo tras las elecciones del 26 de mayo de 2019 (26 años hasta ese día 26) y pasó a la oposición en un desbarrancamiento sin precedentes, que se extendió por ayuntamientos, cabildos y Gobierno, en un perfecto efecto dominó.
El partido fundado por Hermoso en los años 90 era hasta ese desencadenante de un annus horribilis sinónimo de Gobierno, de poder, de establishment, como fuerza institucional firmemente anclada en los distintos escalafones de la Administración, que a ojos del resto de las fuerzas parecía sencillamente indoblegable. El sistema de fracciones y barreras electorales había consolidado la implantación de un modelo de partido de naturaleza isloteñista liderado en la cúpula por dirigentes tinerfeños consecutivos, al cabo de una tradición arraigada según la cual el timón debía estar indefectiblemente en la isla picuda.

Este régimen de cosas cayó en desgracia hace un año al conformarse el Pacto de Progreso con mimbres antagónicos a aquel otro de 1993, en que un Hermoso de 57 años conseguía aglutinar un conglomerado de insularistas, centristas, excomunistas y nacionalistas de izquierda. Lo que dista entre esos dos momentos es la historia más intensa de este último medio siglo en Canarias. El franquiciado de CC en las distintas islas ha sido un producto político de éxito hasta que acumuló a los años de desgaste la soberbia del poder en su recta final. En origen, CC se había granjeado simpatías como expresión de un populismo interclasista que se esforzaba en caer bien y ser un buen conseguidor en Madrid. Fue la inercia del poder, que acreditaba la inevitable continuidad de CC gobierno tras gobierno, la que, por último, empujó a la generación postrera de discípulos de los padres fundadores de Coalición Canaria hacia una deriva autoritaria plagada de defectos de forma y fondo: en los modos se alejaban del estilo afable de los Manuel Hermoso-Adán Martín, y en los hechos, iban dejando un reguero de sospechas sobre la transparencia de sus actos, amén del desafecto de un inquietante sector de la opinión pública despolitizada. El vicariato quebró antes de convertirse en prelatura, y la llegada de una alianza de nuevo cuño, esta de izquierdas (PSOE, NC, Podemos y ASG), desbancó a CC abortando por primera vez en un cuarto de siglo las posibles combinaciones que siempre hacían recaer el poder en el mismo casillero. La famosa teoría gestáltica de la silla vacía, que depositaba en CC la presidencia sobrentendida y proyectaba su sombra alargada a cabildos y ayuntamientos de todo el archipiélago, hace un año no prosperó por primera vez.

En su origen, este año del cambio engendró numerosas anécdotas, que han quedado en letra impresa en este diario para la posteridad. La carrera por llegar al poder entre Ángel Víctor Torres y Fernando Clavijo resultó apasionante y frustrante a la vez. Los actores siguen desempeñando sus respectivos roles. Y solo la enorme dimensión de estos meses apocalípticos empequeñece aquellas trifulcas y zancadillas por disputarse las plazas de la hegemonía local, insular y regional. Justo cuando la nueva normalidad finge pasar página, asoma este aniversario, que nos devuelve al escenario de las miserias de la turbia política canaria, en cuya chimenea chicharrera se achicharra la historia, pero crepitan rescoldos ahora mismo que resucitan con avidez.

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