por qué no me callo

El vaso de agua

En plena crisis económica-financiera -la Gran Recesión de 2008- cobraron una importancia inusitada las cosas simples. Se pusieron de moda los opúsculos sobre la vida corriente y los hábitos cotidianos. Pasear, recordar los hitos de la infancia, promover iniciativas de coste cero que elevan la moral, encontrarse con amigos, hacer excursiones, visitar sitios estimulantes… Toda suerte de prescriptores del deleite de vivir sembraron un moderno epicureísmo que trataba de vencer la desgana y melancolía con que la crisis dañó al espíritu de la gente amenazando con engendrar una depresión psicológica colectiva sobre los escombros de la depresión económica. Esa saga de obritas de autoayuda de notables pensadores, filósofos y ensayistas preocupados con aquella pesadumbre global tuvo impacto en la opinión pública y ahora creo llegado un momento muy parecido en que la gente demanda esa clase de invocación de prácticas y aficiones devaluadas pero tan necesarias como eficaces para pasar el maltrago.
Estamos en la hora crítica de la salida del túnel de la Covid. El paisaje es desolador. La tristeza aumenta ante lo sucedido y lo que está por venir. Los primeros testimonios del estado de opinión de la calle se muestran desalentados y desalentadores. Los oráculos más fehacientes -los organismos internacionales y el Banco de España- despliegan sin pudor una enorme pancarta que anuncia paro, cierres empresariales y parálisis económica hasta tocar fondo como nunca antes en el último siglo. Si la memoria -selectiva a tales efectos- no ha logrado borrar del disco duro los pasajes de la Gran Recesión, la gente se vendrá abajo con tan solo pensarlo. Es aquí donde recobran valor las enseñanzas de entonces. Volvemos al escenario de la década pasada. Hubo mensajes inteligentes que activaron rincones pasivos y aletargados del ciudadano que se comía el mundo. De pronto, se paró el reloj y la economía estremeció los cimientos de la sociedad. El anciano Stéphane Hessel dio a la luz su célebre ¡Indignaos!, pero también irrumpieron los bestsellers que comento sobre las distracciones más comunes. Jon Kabat, el médico que nos invita a meditar, alumbró, por ejemplo, Vivir con plenitud las crisis. Y así por el estilo hay una legión de autores de autoayuda inteligente que nos allanan el camino en trances como este.
Todo era tan infausto que nos alegrábamos con cualquier cosa. Ir al cine adquirió un valor sentimental que nos conectaba con la infancia y nos motivaba. Por suerte, esta crisis no será financiera, pero será hosca y desconcertará mucho durante una temporada. Recurrir a los placeres de bajo coste y alto valor motivacional adquiere un gran significado, como la suerte de poder bebe un vaso de agua cuando tenemos sed.

TE PUEDE INTERESAR