por qué no me callo

Rutte, el holandés de hierro, no es Cruyff

El fútbol holandés podía llamarse frugal. Cruyff volaba y era de seda. El hilo de holanda es de lienzo fino. Pero el primer ministro holandés, Mark Rutte, es más Stoichkov. Y Sánchez se topa en la banda con él, que le hace una zancadilla. Europa reproduce sus peores fantasmas. Si en la Gran Recesión nos sacaba de quicio el austericidio del ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, partidario de expulsar a Grecia de la UE, ahora es el primer ministro holandés, Mark Rutte, el que enarbola el hacha y trocea los fondos anticrisis de Europa llamados a paliar la mayor tragedia económica en un siglo en nuestro entorno político. El pulso que este grupo de países frugales del norte de Europa mantienen con España e Italia, y, en la práctica, con Alemania y Francia, reproduce el peor esquema de la UE: el Norte contra el Sur, con un tufo supremacista que tira para atrás. Son países, los nórdicos, que han sorteado la pandemia con menos daños sanitarios y económicos y no están dispuestos a aplicar la máxima de “hoy por ti, mañana por mí”. Ya en marzo, en los días más negros de esta crisis, el ministro holandés de Finanzas, Wopke Hoekstra, se ganó la reprobación de España y los países amigos por la salida de pata de banco de sus palabras en una rueda de prensa posterior al Consejo Europeo en la que pidió a Bruselas que investigara a los estados del sur del club (España e Italia para más señas) por no disponer de reservas suficientes para hacer frente a las pérdidas por la Covid. El deslenguado ministro se mofó de España y los españoles con denuestos de manirrotos, y antes de que Sánchez le llamara a capítulo, su homólogo portugués, el socialista António Costa, calificó su actitud de “repugnante” y de una “mezquindad recurrente”. Costa llegó a mostrarle a Holanda la puerta de salida de la UE si está incómodo como país contribuyente neto. España empezó pidiendo coronabonos europeos, mancomunar la deuda y olvidar las recetas intervencionistas de recortes y reformas severas para acceder a los fondos europeos. Pero esta es justamente la deriva que ha tenido la cumbre europea convocada desde este viernes, que se prolongó hasta la noche de ayer. El fondo de reconstrucción de la Comisión Europea de 750.000 millones de euros, abanderado por su presidenta, Ursula von der Leyen, fue hecho jirones por los líderes pijos de Holanda, Austria, Suecia, Dinamarca y Finlandia, reacios a que el 60 por ciento de ese Plan Marshall fuera a fondo perdido, o sea, no reembolsable. Heredan el látigo de Schäuble y deploran a los países mediterráneos por su fama de relajación en el gasto y la deuda. En los países nórdicos se recogen en casa a media tarde a refugiarse del frío y en la Europa meridional, templada y festiva se nos hace de noche en la calle. Günter Grass, nuestro huésped palmero, el Nobel de El tambor de hojalata, que era alemán como Schauble, criticó a quienes en Europa, entre otros, su propio país, maquinaban echar de la UE a Grecia por su escaso rigor en el manejo de las finanzas. En el poema de Grass titulado La vergüenza de Europa venía a decir si estaban locos proscribiendo a la cuna de la Europa profunda, y el riesgo de ruptura se conjuró con mano izquierda. Ahora, a coro, Lagarde (BCE), Merkel, Macron y el sursum corda le dicen a Holanda y sus acólitos nórdicos de la Europa pitiminí que dejar que se ahoguen los vecinos del sur, sin prestarles la ayuda debida es desconocer que en ese barco vamos todos y nos iremos a pique a la vez. “Yo no soy el culpable, el holandés es el responsable del desastre”, clamó Viktor Orban, contra Rutte por condicionar la ayuda, en su caso, a la calidad democrática de su Gobierno. La ayuda por la Covid castiga a Orban por autoritario y a Sánchez por su socio Podemos, como hace diez años a Tsipras por Syriza. Pero el coronavirus ataca por igual, no entiende de credos políticos.

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