En los bares, ya sin fútbol, la conversación gira en torno al momento que se vive. Hemos alterado sensiblemente el guion del circunloquio de la barra del bar. Siempre pongo el oído. Mi género favorito es adivinar, intuir o saber aquello que a la gente le interesa. Muchos se llevarían una sorpresa. Cuando la Covid cobraba fuerza me daban autenticas conferencias epidemiológicas en cualquier esquina. Tendemos a pensar que al ciudadano de a pie le atraen los temas más simples y corrientes, pero una cosa son las redes sociales -el plató del reality de los socialités- y otra muy distinta la calle. El oráculo sempiterno de la barra de bar. Los días estivales se están poniendo entretenidos, a veces catastrofistas y trágicos en exceso, pero la vitalicia serpiente de verano no ha tardado en multiplicarse y ocupar los escaños de la actualidad, con lo cual el nivel ha descendido y los sucesos están de moda, no sin cierta dosis de superstición. El meteorito ha sido una suerte de metáfora de la nueva jerarquía de los hechos. De pronto, desde que 2020 cumplió los reglamentarios cien días de gracia y dejó atrás la secuela del curso anterior de los acontecimientos -con él llegó el cambio de década-, las cosas que suceden se rigen por otro régimen, otra lógica, otro código de realidad. Como en El Otoño del patriarca pasa un cometa, se le hacen las pertinentes fotografías de frente, de perfil y de espalda -por ahí circula su book de las mejores instantáneas junto al Teide o La Graciosa, isla que, por cierto, ha sido promocionada por el New York Times- y hasta nunca más ver, pues no volverá de la Nube de Oort hasta dentro de 6.800 años. Y el meteorito se buscó la vida para tener su minuto de gloria gracias a las cámaras científicas instaladas en el Museo del Cosmos y el Teide. García Márquez atribuye en aquella novela atributos sobrenaturales a esta clase de fenómenos, como hacía Antonio José Alés en la Ser o Iker Jiménez en Cuarto Milenio. Javier Sierra no ha dejado pasar la oportunidad y nos reprodujo la portada del DIARIO con la primicia en un tuit. Alguien encontrará esas monedas achicharradas que se le cayeron del monedero al meteorito. Calderilla. Son fenómenos naturales que nos están hablando, queriendo decirnos algo, porque la primera conclusión que sacamos de este semestre apocalíptico es que la que habla es la naturaleza, ya no tanto el hombre impone la agenda. Y estamos asistiendo a una cierta locuacidad de esa naturaleza coloquial que, de paso, nos depara una ristra de sismos en El Hierro, en Tenerife, en La Palma, en el Volcán de Enmedio y en la innombrable Cumbre Vieja de los vaticinios del geólogo ingles Simon Day que cobró fama preconizando la mítica erupción de la Isla Bonita y la formación de un tsunami que llegaría a la costa norte de América. Una vez subidos al potro loco de los incendios, los ceros energéticos, la calima y la pandemia, de 2020 se puede esperar cualquier cosa. Pero a los volcanes dejémoslos en paz. Para centrarnos en los cometas, lo bólidos y el susto inglés de la cuarentena. Alguna relación guardan todos estos hechos concentrados en unos pocos meses. Un empresario marbellí falleció de una manera más propia de un cuento de terror, al caerle encima, en una terraza, un británico de cien kilos que se precipitó desde un séptimo piso. Sucedió en Málaga, porque en todas partes cuecen habas. Siempre hay un tuerto mirando y pasan estas cosas. No hay día en blanco. Cuando no cae algo o alguien del cielo, como aquel anciano muy viejo con unas alas enormes de otro relato de Gabo, nos sorprende un incendio en un edificio espigado de Santa Cruz como pasó en la Divina Pastora, con cien evacuados y una veintena de heridos. El listón se ha puesto alto y temo que por ahí afuera reparen en nuestra mala racha, hagan consultas esotéricas al respecto y nos invada una turba de videntes, adivinos y quirománticos a hacer el agosto, que es el mes que está a la vuelta de la esquina, precisamente.
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