por qué no me callo

David contra Covid

Una de las cuestiones más reiterativas que asoma en El libro del confinamiento, publicado por este diario, es la pregunta inicial, cuando se trataba de un mal completamente desconocido, sobre si nos convenía poner puertas al campo y aislarnos a sabiendas de que el virus no iba a desaparecer, o aprendíamos a vivir con él, a sortearlo con toda la cautela sanitaria y social, como quien atraviesa un desfiladero bajo una lluvia de flechas dispuesto a socorrer al primer herido. La pandemia ha impuesto sus reglas. La Covid se replegó durante el estado de alarma y tomó el relevo, eso que Jose Carlos Francisco (La cuenta atrás o Canarias,la transformación, dos de sus libros, arrojan luces sobre la economía de las Islas) denominó la Ecovid-20, la nueva recesión. Un segundo confinamiento sería la ruina, según creencia generalizada. Tanto el arsenal de fármacos ensayados con cierto éxito, a la espera de una vacuna, por lo que se ve inminente, como la evidencia de que un alto porcentaje de los positivos suele ser asintomáticos nos otorgan un margen de maniobra en la segunda ofensiva del virus. Tenemos munición y escudo biológico para arrostrar al enemigo. España ha pasado de depender del exterior para dotarse de equipos de protección a producir y exportar epis y PCR. Si no se vuelve a cometer la novatada de los sanitarios desprotegidos (“es como ir a la guerra sin fusil”, se quejaban con razón), esta recidiva del virus podrá ser reconducida. Algo sabemos de su modus operandi. Tenemos afinado el protocolo del lavado de manos, la distancia social y la mascarilla. Hemos visto el spot del abuelo Pepe Damas del Gobierno que recibe el regalo envenenado de un respirador para la UCI en una fiesta de cumpleaños sin observar las garantías sanitarias. La historia de éxito que está siendo Canarias en la lucha contra la Covid (como reflejó este domingo el reportaje de Juan J. Gutiérrez en nuestro diario) tiene más de un Talón de Aquiles. Por la eficacia de sus medidas de control durante la cuarentena, hoy los estudios de seroprevalencia nos premian con la sonrisa aguada: por haber tenido tan pocos contagiados. De vuelta a mis interrogantes durante la elaboración de El Libro del Confinamiento, el encierro nos protegió, pero, a cambio, somos carne de cañón de una segunda arremetida, que nos arrastra al umbral psicológico de 20 millones de infectados en el mundo. La española María Neira (directora de Salud Pública de la OMS) decía ayer en este periódico que a los jóvenes hay que implicarlos sin mayor dilación, para que emprendan su propia cruzada, con campañas de su cuño y una militancia generacional de gran alcance. Los jóvenes le han visto las orejas al lobo. Aquellos que han cedido (aquí, en las Islas también) a la tentación negacionista de fomentar fiestas clandestinas para tentar el contagio y probar suerte, han de quedar reducidos a la gran minoría. Urge que las ONG los movilicen en la buena dirección. Pocas veces la juventud tuvo en sus manos tal protagonismo, a las puertas de una crisis económica sin parangón que desaconseja una nueva cuarentena, ni una responsabilidad tan nítida para evitar una catástrofe impredecible. Más allá del buen uso de la mascarilla -erigida en icono social- y demás mandamientos del protocolo, se impone un ejercicio de cordura, evitando botellones y aquelarres de pandemia. Los jóvenes tienen la honda responsabilidad en sus manos. David contra la Covid.

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