después del paréntesis

El mundo al revés

Verano con sus inquebrantables consecuencias: descanso, playa, la astucia de sopesar calor frente a agua… Con la condición: no tanto los seres que están allí, sino la cantidad de personas que se desplazan para disfrutar. Y ahí se encuentra uno de los quebrantos más desoladores de la pandemia, el que nada resulte igual. Lo leí en el periódico. Una familia de Barcelona se apostó en el apartamento correspondiente de una playa de la Costa Brava (Aiguabrava). Se informaron y con la información tentaron ser eficaces: todos arriba (el matrimonio y los hijos) a las cinco y cuarto de la mañana para llegar al límite a las 6. Así tres horas más de espera, hasta que a las 9 en punto el agente de la Cruz Roja correspondiente abrió el acceso. Esfuerzo probo, se dirá, y es cierto. ¿Para qué? Para lo que peleamos algunos humanos: ser los primeros a fin de ocupar un lugar de privilegio en el lugar de expansión elegido.
¿Quién cerró el entrada hasta ahora libre? Un bicho infausto llamado Covid. ¿A quién afecta, a los ricos o a los pobres?
Lo que la pandemia nos hace ver es cómo funciona el mundo real de verdad, en oposición al 10% de lo excepcional. Lo que los rebrotes de las últimas semanas dictaminan es la incapacidad de los seres de retener por mucho tiempo el temor a la enfermedad por encima del regocijo, por más solo el hecho de vivir. Y lo que los nuevos infectados observan es que, en efecto, ahora la relación de los individuos con el medio y con la existencia no es normal. Hemos de salir disfrazados a la calle con una mascarilla, no podemos acercarnos a las personas para saludarlas y hablar, hemos de guardar cola en el supermercado midiendo la distancia con el vecino, no nos podemos tocar o resulta problemático reclamar eso que los franceses llaman “faire l’ amour” cuando fulanito de tal se aparta de la norma, etc.
Dura caterva para las costumbres, para las actividades regladas, para las confluencias, para la diversión en grupo, para las amantes y para los antojadizos. Los encuentros furtivos están fuera de lugar, igual que los abrazos. La Covid no solo ha suspendido la economía, ha hecho recular hasta la penuria a las líneas aéreas, las ventas de coches, el consumo de gasolina o ha cerrado innumerables hoteles, la Covid también ha suspendido la pasión, el afecto y el cariño; la Covid hace que el cosmos tal cual fue hoy sea desconocido.
¿Que nos queda?, ¿esperar? ¿A qué, a que el mundo vuelva a ser igual o que solo sea reconocible?

TE PUEDE INTERESAR