tribuna

La basura se tira desde el balcón

El 2020 es un año para no recordar. Se inaugura con la sorpresa de una infamia: el anuncio de un Gobierno de coalición del PSOE con Podemos, que se materializa en un acuerdo mayoritario del Parlamento. Por fin se hizo realidad lo que Rubalcaba llamaba Gobierno Frankenstein, y se convirtió en ruindad porque se llevó a cabo quebrantando todas las promesas que se habían hecho durante la campaña, en un flagrante fraude a los electores.
En fin, lo hecho, hecho está, y supongo que, a pesar de sus triunfales disimulos, el presidente lo estará sufriendo en silencio para mayor gloria de sus incondicionales, y decepción de los que aún continúan fieles a la causa de la honradez como distintivo principal de su organización política. Al poco tiempo, para reclamar lo suyo, se presenta por sorpresa la vicepresidenta de la República Bolivariana de Venezuela, provocando el clamor de que ese es uno de los primeros peajes que tienen que pagar los socialistas por ir de mano de quien no conviene.
La visita de Guaidó pone de manifiesto hasta dónde llega esta dependencia y este vínculo, que es refrendado por el inefable José Luis Rodríguez Zapatero, al convertirse en mentor y tapaculos de los acuerdos de Moncloa con los simpatizantes oficiales de los bolivarianos en España. Al poco, surge la crisis en la institución monárquica con las declaraciones de Corinna Larsen, y el destape de los escándalos del rey emérito. Pero, con todo este desaguisado, lo más importante, lo realmente catastrófico y perjudicial es la presencia arrasadora y violenta del coronavirus que diluye todo lo demás en el terreno de las simples anécdotas.
Parece que la pandemia ha venido a traer desgracia para unos y oxígeno para otros, que no solo han tenido la oportunidad de hallar un respiro, sino que lo han convertido en un arma de propaganda triunfal. No sé hasta cuándo durará esta situación favorable y sea un agente más de demolición.
Han ocurrido otros acontecimientos que parecen haber pasado discretamente, sin hacer sangre, por el escenario político. Por ejemplo, unas elecciones autonómicas en Galicia y el País Vasco, en donde el socio del Gobierno se ha dejado la mayor parte de su renta. Si tenemos en cuenta que la otra se le ha ido sola, sin siquiera dejar un burofax, como Messi al marcharse del Barça, la quiebra ha sido majestuosa.
Pero no conviene destacar demasiado el fracaso, porque si no habría que reconsiderar el peso del sector de la sociedad que representan y justifican el apoyo para gobernar. Esta crisis ha pasado sin pena ni gloria, diluida en medio de mayores desgracias, pero no por ello deja de ser importante. Donde más duelen las heridas es en las carnes de quienes las sufren; por eso la reacción no se ha hecho esperar, regresando al territorio de la radicalización, que es donde piensan recuperar lo perdido.
De aquí el enfrentamiento ante el respeto constitucional, la exigencia de la derogación de la Reforma Laboral, contra las recomendaciones de Bruselas, y la petición fallida de que el emérito comparezca ante las Cortes para someterse a un juicio político, sin estar imputado, mientras se busca el amparo del primo de Zumosol para no ser controlado por las Cámaras en una circunstancia donde a los demás se les exigiría la dimisión inmediata. Esto escuece, a pesar de que la prensa amiga no hable de ello.
La inquietud se demuestra en la campaña generalizada desatada en las redes sociales. Todo el vehículo militante se ha puesto en marcha para iniciar un lanzamiento de consignas deslavazadas e insultantes que tiñen el panorama de esa basurilla que solo sirve para afianzar al fanatizado y para ahuyentar al ingenuo que fue atrapado, sin darse cuenta, en la red de la demagogia. Basura y porquería es arrojada indiscriminadamente por las ventanas de Twitter y Faceboock mientras la primera dama del podemismo luce palmito en las portadas de Diez Minutos. Sus incondicionales la defienden diciendo que aún no forma parte de la casta porque el vestido que luce es de Zara, fabricado por el hasta ahora denostado Amancio Ortega. Envueltos por el terror de los rebrotes no nos damos cuenta de esta situación desesperada, pero es así tal y como la describo.

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