Por Francisco Padrón García
Lo conocí a principios de los años setenta, sin poder especificar la fecha exacta. En ese entonces, yo paseaba a caballo por las cumbres de Tegueste, en las laderas de La Atalaya, cuando lo vi por primera vez y me dijo que había comprado esos terrenos.
– “¿Fueron caros?”, le pregunté.
– “A medio duro el metro”, me contestó sonriendo.
Martel me pareció entonces mucho mayor que yo, y ahora que ha muerto, compruebo que yo era solo 10 años menor que él. Nos conocimos de tantas veces que me lo encontré en los caminos, y con el tiempo se inició una relación profesional sólida e intensa.
Hablo ya de 1994 cuando, a los pocos meses de comenzar la apasionante aventura de Canal 7 del Atlántico, hablé con él para que presentara un programa inédito hasta esa época: un espacio de gastronomía canaria y etnografía isleña recorriendo bares, restaurantes y guachinches de Tenerife, aunque Martel luego amplió su ruta a todas las islas, de forma particular a La Gomera con una especial querencia colombina.
Sus programas, realizados entre otros por Luis García, Humberto Mesa, Alejandro Arroyo o Kiko Foronda –“sígame, señor cámara” les decía- eran esperados con ansiedad por toda la audiencia, convertidos en un fenómeno de entretenimiento televisivo y popular que marcó una época y creó una escuela que aún perdura en otros presentadores. De su paso por guachinches y casas de comida queda una huella indeleble en casi todos ellos: una pegatina de Canal 7 pegada en la pizarra del menú.
Paco Martel era un apasionado de los caballos y de las cosas canarias antiguas: piedras de molino, puertas viejas, vigas de tea, dornajos de madera o ventanas rotas por las que acechó algún día un campesino desconfiado. Todo lo compraba para colocarlo con mano de artista en su casa de las Cumbres de Tegueste. Aprendí mucho de él. Cuando viajaba a Inglaterra, su segunda patria, traía antigüedades y objetos curiosos para sus instalaciones hípicas o simplemente para regalar a los amigos. Los coches clásicos fueron su otra gran afición; con el mundo del motor y la publicidad comenzó sus primeras páginas en la prensa antes de iniciar su exitosa carrera televisiva.
Pero fue a los campesinos, agricultores o ganaderos, a los que Martel les grabó su habla, su cultura y su alma. Un auténtico tratado de etnografía que trasmitía la identidad canaria en televisión, con una naturalidad y un desenfado que enganchaban desde el primer momento. Era simpático, agradable, con un punto de ironía y una gran seguridad en sí mismo.
Muchos querían ser como Martel. Chicos y grandes. Tenía una legión de fans entre la gente joven que lo seguía en las romerías repitiendo sus frases y gestos, y otra legión de mayores que se identificaban con sus golpes y desparpajo. ¡Genio y figura!
No tenía vergüenza y era un confianzudo, decían, pero todos envidiábamos su estilo de vida que destilaba libertad. Hacía lo que le daba la gana, y creo que así fue hasta que una enfermedad mala se lo llevó, en este agosto extraño que nunca olvidaremos.
Estés donde estés, Paco Martel, sigue siendo como siempre has sido…libre y sin ataduras. Algo que todos los que te conocimos siempre envidiamos de ti.