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Vaya mierda de año

Parece que el año 2020 no se va a acabar nunca. Ahora rebrota la pandemia pero es que, además, aparece en Sevilla, o sea fuera de sitio, el mosquito del Nilo que dicen que transmite la meningitis. Esto se asemeja mucho a las siete plagas; hay varias más, pero en España se está viviendo una época terrible, llena de desencuentros y de discusiones bizantinas que intentan ocultar los verdaderos problemas. ¿Qué pasará en octubre? No lo sé, sólo sé que hoy cumplo 73 años y que cada vez soy más pobre, tengo menos poder adquisitivo. A este paso no podré comprarme un regalo a mí mismo. Con lo que me gustaba a mí hacerme con un Rolex nuevo o una carterita de Gucci. Nada. Estoy reutilizando el material, incapaz como soy de adquirir la mercancía del top manta. Me ha visto tan despistado mi hija Cristina que me ha regalado un trozo de cuarzo rosa, que dicen que es la piedra del amor incondicional y de la paz infinita. Yo no creo mucho en esas cosas, pero mis dos hijas parecen devotas de ciertos poderes y de vez en cuando me obsequian esos cachivaches, que yo agradezco y aparco. Espero, sin embargo, que con la piedrita no crean que han cumplido con la efeméride. Otro amigo, Tony Acosta, me ha enviado varios recuerdos bonitos de la frustrada bajada de las Nieves; y otro, mi compañero Gustavo Armas, una fotografía original suya del día en que Cubillo era trasladado a Madrid escoltado por la policía, tras regresar a Canarias desde su exilio en Argel. Cuando lo indemnizaron, gracias a Eligio, con 25 millones de pelas, años después del atentado, no invitó ni a un cortado. Ya saben que una vez me regaló una bandera de las siete estrellas. Le dije: “Ponme una dedicatoria cariñosa, Antonio”. Y escribió: “A Andrés Chaves de Antonio Cubillo”. Cabrito.

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