A pesar de los inconvenientes y trabas que de forma tajante y otras soterrada se ejerce sobre el nacionalismo este sigue, y nos interesa que el que se desarrolle, o debe hacerlo, sea el nuestro, el nacionalismo canario, que se ha hecho ombliguista, atomizándose, olvidándose con demasiada frecuencia de los principios ideológicos que deben ponerse en práctica para que se habilite como la política dominante en nuestra tierra. Y aún si lo que se pretende como muchos pregonan es estrangularlo con feroces leyes antidemocráticas su ladrido continuará porque existe una semilla plantada capaz de romper moldes y apagar voces malintencionadas.
El nacionalismo y las naciones son componentes intrínsecos del mundo moderno capitalista, industrial y burocrático. Y aunque las llamas del nacionalismo puedan arder y convertirse en un fuego cruzado motivado por aciagos dictadores los estados nacionales continuarán siendo las formas y los elementos básicos de una sociedad moderna.
La sociedad, y la canaria no debe ser menos, tienen por imperativo histórico que forjar una comunidad a gran escala y construir una nación donde no había existido. Las naciones desde su imaginario se van desposeyendo de sus mitos y se disponen a ir avanzando en etapas para conformar un cuerpo político de altísima estima. La nación es la desembocadura de un largo pasado de esfuerzos, sacrificios y abnegaciones.
El nacionalismo a pesar de todo, sigue como la ideología dominante en el mundo moderno; ningún país se escapa de su presencia y es tal la implicación que tienen dentro de su conciencia colectiva que muchas veces van en contra de sí mismos, de todo aquello que dio origen a sus fundamentos políticos y de los que pretenden por razones históricas y políticas llegar a donde ellos están ahora.
Pueden los Estados intimidar la fuerza de los acontecimientos que caminan por donde lo imprevisto forma parte de un protagonismo no aceptado, pero que después de las muchas etapas que tendrán que superar en su recorrido llegará al final y será el triunfo de aquellos pueblos que tienen dentro de sí el deseo, la necesidad de encontrarse a sí mismos para escribir una nueva historia.
A los nacionalismos se les persigue aún dentro del marco de la condición intelectual como los causantes de muchos males y como elementos desestabilizadores de un sistema, que precisamente, y es la gran paradoja, ha sido construido por el nacionalismo. No es otra cosa, por ejemplo, el estado español construido desde el marco poliédrico político del nacionalismo y más aun sin contar con nadie, sino, simplemente, implantado por maridajes y supeditado al ejercicio de la violencia. Y cuando se asoma al escenario de la política exigencias territoriales que sitúen a los pueblos en el lugar que les corresponde se antepone la dilación, el engaño y el empeño en darle a la historia un sentido diferente.
El nacionalismo existe, está, y lo único que debemos hacer los nacionalistas es no olvidarnos de la fuerza intrínseca que tiene como teoría política y la dinámica a desarrollar en la búsqueda de apoyos que es la voluntad popular que aunque permanece adormecida no por ello las expectativas de un fuerte regreso nacionalista, siguen vigentes desde una espera que tiene que ser operativa. No debe, en nuestro caso, el nacionalismo canario, continuar con la monserga manida de si es de derechas, de centro o de izquierdas; el nacionalismo es uno, no tiene vuelta de hoja; simplemente: se es o no nacionalista. Y ahí está la cuestión en que su esencia conceptual se hace ambigua, confusa y se esconde entre la tupida maleza de los personalismos, de los que se creen imprescindibles, y por ese camino lo que se logra es la inacción el inmovilismo y como diría Sánchez Ferlosio “mientras no cambien los dioses nada ha cambiado”.