el charco hondo

¡Están locos estos romanos!

A ojos de Obelix -descendiente del mito del buen salvaje, y contrapeso de Asterix el galo- los romanos eran individuos extravagantes, bastante raros, superfluos, gente entregada a disquisiciones tan retóricas como inútiles. Como años atrás escribió acertadamente Ángel López García-Molins, Obelix militaba en la sencillez, en la naturalidad, de ahí que tantas veces reaccionara con extrañeza y sorpresa. ¡Están locos estos romanos! Y es que, en efecto, los romanos hacen cosas raras, extrañas -a ojos no ya de Obelix sino de los contribuyentes españoles-. La penúltima extravagancia de los romanos (italianos, ahora) ha tenido lugar en las últimas horas. Sus colegios electorales abrieron el domingo para votar, en referéndum, la reducción del número de escaños en la Cámara de Diputados y el Senado. La medida propuesta se resume en la eliminación de doscientos treinta escaños de lo que aquí sería el Congreso -¡están locos estos romanos!- y de otros ciento quince en el Senado -¡qué locura!-. Los italianos tienen estas cosas, se ponen a pensar y acaban convocando un referéndum para reducir la cantidad de parlamentarios a una cifra más razonable. Qué necesidad. Qué ganas de agitar. Qué cosas. Aquí, en España, esas extravagancias no se estilan, no se llevan, no se discuten, no se agitan. Instalados en la bronca parlamentaria -que tantos empleos destruye- sin embargo hay consensos blindados e inquebrantables sobre según qué cosas. Los partidos cierran filas, tantas veces como haga falta, respecto a la conveniencia de abrir el melón de las retribuciones y de la bajísima productividad de un porcentaje significativo de sus señorías; o, dando un paso más allá, imponen la ley del silencio no vaya a ser que se siga hablando de la oportunidad de reinventar el Senado o cerrarlo de una vez. Consta que hay parlamentarios que se ganan en el sueldo, sí, vale, pero, ¿cuántos? Sobran escaños, y no vale escudarse en la representatividad territorial porque esa necesidad puede resolverse igualmente -sin problemas- con Cámaras menos multitudinarias y excesivas. Ni siquiera la pandemia ha rozado la zona de confort de sus señorías, incapaces de empatizar -asumiendo determinados sacrificios- con quienes al otro lado, a pie de calle, caminan sobre un campo minado. Aquí nadie se ha dado por aludido con la crisis que dicen gestionar. Así se entiende que a los contribuyentes españoles nos deje pasmados que Italia sí se haya planteado una iniciativa de ese corte. A ojos de Obelix los extravagantes -los resignados- seríamos nosotros, no los romanos.

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