por qué no me callo

La bala de plata

Si todo marcha con buen pie, estaremos pronto en otra dimensión. No propongo un juego de magia. Hagamos un ejercicio de sensatez. En breve habrá varias vacunas en circulación. Son más necesarias que nunca por tratarse de lo que se trata, no de unos miles de enfermos, sino de toda la población mundial, potencialmente vulnerable al coronavirus. La enfermedad del mundo, subtitulamos El Libro del confinamiento, que editamos en mayo en el DIARIO. La vacuna rebajará la tensión. Los hoteles empezarán a recibir las primeras oleadas de huéspedes. Visto desde un satélite en órbita de Elon Musk o desde la Estación Espacial se percibirá un movimiento de gente inusitado. Volverán la movilidad, la normalidad y la motivación. La vacuna -esa bala de plata- tendrá un doble efecto, fisiológico y psicológico. Será como tener un fantasma custodio contra un enemigo invisible. Y aunque parezcamos una panda de paranoicos a ojos de cualquier historiador futuro, no ocultaremos nuestro estado de gracia. Si la vacuna o las vacunas demuestran su eficacia, regresaremos a la vida real. Y el arsenal de mascarillas, app, epi y remdesivir engrosarán las colecciones de fetiches de los museos de esta guerra, para pasto, entre otros curiosos, del turismo que también volverá sobre sus pasos. Ingleses, alemanes y mesetarios visitarán las salas de coronavirus del MUNA. Habrá lugares de la geografía urbana que recordarán algunas escenas bélicas en particular, como el tramo de Las Canteras de locales de baile latino en Guanarteme, en la capital grancanaria, donde el Alonso Fernández de Lugo chino pactó con un posible traidor del mismo nombre, y el bicho se disparó. Hago cábalas histriónicas de este género porque creo que estamos a las puertas del principio del fin de la pandemia. Aunque el papa de la OMS, Tedros Adhanom, dijo que no hay una bala de plata todavía contra el lobo feroz de la Covid y puede que nunca la haya, yo hago votos por que sí tengamos pronto munición suficiente para ir a la guerra con fusil, como pedían los médicos cuando no había ni batas para el cuerpo a cuerpo con el virus.
La ciencia está haciendo una demostración de medios y de resistencia. En los mismos términos, se reflejarán sus hazañas y héroes, y serán parte de las futuras excursiones retrospectivas en tiempos de paz. Los niños de esta guerra la contarán a sus hijos y nietos como el año del confinamiento y la máscara escolar. Se harán leyendas y mitos de esta iconografía, con sus fotos pertinentes de los bañistas embozados, igual que hemos visto hasta la saciedad las máscaras aguileñas de médicos venecianos de la peste para soportar el olor necrófago con largos picos de pájaro. Estamos haciendo historia, con sus iconos, su Fernando Simón y su simbología, y de aquí saldrá una literatura del horror que está por escribir como en toda guerra que se precie, con su Hemingway, su Vallejo y su Orwell en las trincheras y barricadas. Para entonces, todos estos documentos y testimonios servirán para no perder la memoria. Hoy seguimos jugándonos el tipo bajo una lluvia de balas. Y no perdemos la esperanza de dar con la bala de plata.

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