en la frontera

La democracia liberal

En pleno siglo XXI, en tiempos de emergencia sanitaria, tras una crisis económica-financiera, una de las constantes del pensamiento político se dirige, una y otra vez, de una manera o de otra, a repensar la esencia de un sistema, de un modelo que fue pensado y diseñado para que, en efecto, el gobierno del pueblo, para y por el pueblo, fuera una realidad. Sin embargo, a pesar de que los pasos dados han sido claros y firmes, todavía observamos y contemplamos como en nombre del pueblo siguen pugnando por prevalecer determinados intereses parciales, sean de orden económico, sean de orden partidario que impiden que la aspiración a la justicia y al bienestar de millones de seres humanos encuentre cumplida satisfacción. La democracia, como escribió Friedrich, más que un sistema de gobierno constituye un estilo vital desde el que es posible comprender las diferencias, desde el que posible poner en el centro de la acción del gobierno la mejora constante de las condiciones de vida de los ciudadanos. Algo que el pensamiento ideológico y el uso del odio y el rencor, desde una u otra orilla, impide como estamos experimentando. Mucho se ha discutido, se discute y se discutirá acerca del sentido del interés general en los sistemas democráticos. Para unos, es la voluntad de la mayoría la que debe prevaler unilateralmente en cualquier caso, pasando por encima, si es menester, de las minorías. Para otros, entre los que me cuento, el interés general constituye la expresión del bien de todos y de cada uno de los ciudadanos en cuanto miembros de la comunidad, de manera que el gobierno a la hora de aplicar sus políticas ha de tener en cuenta esta realidad y evitar la función de apisonadora que tantas veces comprobamos que constituye la esencia del mal gobierno en el seno de nuestras “ilustradas” democracias. En cualquier caso, la teoría política sigue de moda. No podía ser de otra manera porque, estando todo inventado, también en materia de sistemas de gobierno, se observa una cierta vuelta a perspectivas unilaterales, de corte totalitario, desde las que se intenta a toda costa levantar concepciones de la democracia periclitadas, bien sea por su imposibilidad racional de implementación (democracia de identidad) bien sea por su incapacidad real para posibilitar gobiernos con capacidad de atender a los intereses generales entendidos desde el pensamiento abierto, plural, dinámico y complementario. Metodología desde la que las instituciones sociales y políticas han de ser revisadas permanentemente para que no se alejen de su verdadero sentido, para que atiendan siempre y en todo momento a la efectividad de los derechos fundamentales de las personas. A pesar de que Sartori ha señalado certeramente que la democracia liberal ha vencido porque es la única democracia real que se ha podido aplicar, los intentos de desnaturalizar el gobierno de todos, para todos y por todos para implantar sistemas de gobierno de unos pocos, de una parte, por relevante que esta sea, sigue estando presente tal y como se demuestra en el mundo en el que vivimos. En efecto, el agotamiento del pensamiento marxista al desvanecerse los modelos de socialismo a que dio lugar, hoy se rebela contra su estrepitoso fracaso y pugna por el uso alternativo de las instituciones de la democracia liberal. Es el caso de la quiebra de los postulados del Estado de Derecho, la gran conquista del pensamiento liberal que trajo consigo la primacía de la ley, la centralidad de los derechos fundamentales de la persona y la separación de poderes. Trípode sobre el que se la levantado el edificio de la política y el derecho de la cultura jurídica moderna y que, sin embargo, poco a poco han sido asaltados por diferentes teorías y explicaciones que buscan, de una u otra forma, laminar estos grandes principios para instalar dictaduras de hecho a partir de la subversión del orden constitucional e institucional.

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