el charco hondo

La orquesta

Aceptar con paciencia y conformidad (resignación) que nos vamos de boca contra el iceberg del cero turístico no es una opción, no puede serlo limitarnos a esperar el impacto que precede al hundimiento. Acabó el tiempo de confiar en que otros vengan a sacarnos las castañas del fuego -a rescatarnos-. Mala cosa que el olor a resignación se extienda por pasillos, despachos o salas de reuniones. Todavía hay margen para salvar la temporada de invierno, queda tiempo. Podemos lograrlo en cuatro, cinco o seis semanas, pero no podemos despilfarrarlas esperando a Godot -que no vendrá hoy, pero mañana seguro que sí; es decir, nunca-. Nos va la vida en conseguir que británicos, alemanes, peninsulares o nórdicos vuelvan a creer en nosotros, debemos recuperar su confianza, lograr que a sus ojos volvamos a ser una región fiable, segura. Contener al virus es lo inmediato, sí, pero no perdamos de vista que Reino Unido nos puso en cuarentena cuando nuestros datos eran mas benévolos (mejorar nuestro parte epidemiológico es necesario, pero insuficiente). Generar confianza exige que les ofrezcamos otras cosas. Hay que darles algo más que unos buenos datos de contagios u hospitalizados. Debemos incorporarnos al mapa de los corredores seguros, contarles a alemanes, británicos o peninsulares que hacemos más que otros, que controlamos (testamos) a quienes entran o salen de las Islas -¿a qué espera el Gobierno canario para dar el paso, como lo hizo Feijóo con sus test?-. España no nos deja, elevado a la categoría de circunstancia bíblica, es un argumento tan líquido como frustrante. Tenemos un mes para salvar el match ball y continuar con el partido. No es hora de resignados ni de negacionistas que se nieguen a intentarlo. Es ahora, al filo del abismo económico, cuando debemos demostrar el coraje que inundan los discursos institucionales. Toca tirar de amor propio, de orgullo y, sobre todo, de responsabilidad y valentía -de atrevimiento-. Quienes crean que los problemas del turismo no va con ellos se equivocan, no habrá con qué pagar servicios públicos ni nóminas si no somos capaces de sacar a los hoteles del coma inducido. Conformarnos con esperar a que el iceberg reviente el barco -resignarnos- no es una opción. Estos días me he acordado de la orquesta del Titanic cuando he escuchado a algunos responsables públicos limitándose a poner música al naufragio -será porque siempre pensé que bien pudieron los músicos dejar de tocar para echar una mano-.

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