en la frontera

La política democrática

Una de las principales características de la política que tanto añoramos es la capacidad de entendimiento entre las diferentes opciones partidarias con el fin de alcanzar el bienestar integral de los ciudadanos, un bienestar orientado a la mejora de las condiciones de vida de la gente. Así entendido, el entendimiento es una exigencia que la ciudadanía debe exigir a los dirigentes políticos para que extiendan su mirada sobre los problemas reales de las personas en lugar de consumirse en eternas diatribas cainitas que ya a nadie interesan fuera de los estrechos y cerrados ambientes del poder.

Hoy reclamos a los actores políticos y sociales, la disposición firme de búsqueda de acuerdos que beneficien a todos los ciudadanos, no solo a una parte por importante o relevante que esta sea. Por eso, hoy más que nunca es necesario que, en el ambiente de crispación impuesto desde la cúpula, brille la dignidad del ser humano y sus derechos inalienables.

La política, es verdad, tiene mucho de confrontación de ideas, de contienda, de defensa de posiciones diversas. Se mantienen de ordinario diferentes puntos de vista sobre la forma de resolver los problemas colectivos. El arte y el oficio del buen gobierno centran la mirada sobre el conjunto de los ciudadanos, sin seguidismos parciales. Cuando un partido gana las elecciones en una democracia, su programa electoral se amplia para ser capaz de pensar en todos los ciudadanos, sin sectarismos en el diseño e implementación de las políticas.

Normalmente, si el Gobierno admite enmiendas de la oposición, o si la oposición felicita al Gobierno por el acierto de alguna de sus decisiones, siempre habrá quienes piensen o afirmen que algo muy raro se está produciendo: que el Gobierno nunca se equivoca, dicen unos; o que la oposición nunca puede dar la razón al Gobierno, sentencian otros.

Más allá de las adhesiones inquebrantables o de las reyertas protagonizadas por quienes se mueven en los aledaños de los aparatos de los partidos, Gobierno y oposición han de pensar en el conjunto de la ciudadanía, en el bienestar integral de las personas, en la mejora de sus condiciones de vida. Si esta consideración reclama el acuerdo, bienvenido sea, como también sería bienvenida la discrepancia cuándo se estime que el Gobierno yerra o la oposición se echa al monte. Esperemos que en esta segunda oleada del coronavirus el entendimiento reine en la acción política, tanto en el Gobierno como en la oposición. Nos va en ello mucho. Demasiado.

La política democrática, especialmente en tiempos de excepcionalidad, es una tarea ética en cuanto se propone que el ser humano, la persona, erija su propio desarrollo personal en la finalidad de su existencia, libremente, porque la libertad es la atmósfera de la vida moral. Que libremente busque sus fines, lo que no significa que gratuita o arbitrariamente los invente, libremente se comprometa en el desarrollo de la sociedad, libremente asuma su solidaridad con sus conciudadanos, sus vecinos. En un estado de emergencia, como el actual, la libertad se encuentra limitada externamente, lo que no quiere decir, ni mucho menos, que la libertad se vea amenazada siempre que las decisiones excepcionales sean racionales, estén motivadas y tengan como principio y fin la defensa, protección y promoción de la dignidad humana, especialmente la de aquellos más frágiles y desvalidos.

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