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Prensa rosa

He leído, algo tarde, ya lo sé, en Vanity Fair la entrevista a Irene Montero, pareja de Pablo Iglesias. Nada, una sirenita. Los que triunfan en España, además de los periodistas encargados de ensalzar las bondades de la izquierdona, son los incombustibles miembros del ejército del corazón. Ninguna revista de las punteras ha cerrado. E incluso las podemitas más podemitas sucumben a los perjúmenes de la prensa rosa, contando sus relaciones de pareja y, atrevidas, sus intimidades mejor guardadas. Es bonito eso de la isla de los famosos, la isla de las tentaciones, los grandes hermanos, los triunfitos, todo muy en tono rosa, que es lo que mola. Como esas películas suecas que ponen en La 1 los domingos a mediodía, en las que todo el mundo tiene un Volvo, una enorme casa con jardín, flores y una pastelería donde se fabrican tartas inimaginables. Y un abuelo liberal, de blanca barba, como el de Heidi. Yo no leo otra cosa que las entrevistas a Irene Montero, ni veo otras películas que las suecas de los domingos a mediodía, allá donde los veranos son floridos, en los inviernos caen los picos de hielo sobre el agua de los fiordos y las vacas se resguardan del tiempo en establos de cinco estrellas. Qué bonito es aquel mundo feliz que imaginó Aldous Huxley y que yo leí en los sesenta, cuando estaba en el pleno uso de mis principales facultades, ligaba y encima presumía de progre con las que eran progres de verdad (que yo nunca lo fui realmente, sino que lo era de conveniencia). Ay, qué tiempos, señores, y no los de ahora, en los que Vanity Fair entrevista a las cajeras de los supermercados, que son las únicas que interesan al personal; y a mucha honra. Menos mal que uno huye en desbandada, con la muerte en los talones. Como Clint Eastwood.

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