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Domingo Villar: “El oficio de escritor es como conducir con las luces cortas: vas viendo lo que tienes delante, pero nunca lo que está mucho más allá”

El escritor gallego gana el Premio Ciudad de Santa Cruz de Novela Criminal 2020, convocado por Tenerife Noir, con 'El último barco'
Domingo Villar, Premio Ciudad de Santa Cruz de Novela Criminal por la obra ‘El último barco’. / Ricardo Pinillos Toledo

El Festival Atlántico del Genero Negro Tenerife Noir, que celebra su quinta edición durante estos días, ha otorgado el Premio Ciudad de Santa Cruz de Novela Criminal 2020 a El último barco, del escritor gallego Domingo Villar (Vigo, 1971). La obra supone el reencuentro de los lectores con el inspector Leo Caldas tras un paréntesis de 10 años, pero también el regreso a un territorio físico, el de Vigo y las Rías Baixas, a partir del cual se construye otro, el emocional, que no por ello resulta menos tangible. Sobre esta tercera entrega de la saga, acerca de la literatura y el oficio de escribir conversó Domingo Villar con DIARIO DE AVISOS.

-En unos tiempos tan extraños, un encuentro literario como este en Tenerife adquiere un significado diferente, que quizás tenga que ver con la constancia, con el deseo de seguir adelante pese a que vengan mal dadas. ¿Cómo vive el escritor Domingo Villar esta pandemia?
“Durante los primeros meses, con perplejidad y con tristeza, y con una desazón que me impedía escribir, y también leer, en medio de algo que al otro lado de la ventana parecía irreal. Daba la impresión de que no había espacio para la ficción literaria: como si ponerse a imaginar un mundo se convirtiese en un asunto menor cuando el que nos rodeaba era tan extraño. Después, poco a poco, pude empezar a escribir y a leer y a retomar el ritmo habitual. Mis costumbres también han variado. Antes todos salían cada mañana de casa y yo me encontraba en un lugar silencioso. Ahora mi mujer trabaja en casa, mis hijos no van todos los días al colegio… Por otra parte, las restricciones de movimiento decretadas me impiden viajar a Galicia para empaparme de su esencia y pasear por los lugares en los que quiero que discurra mi próxima novela, y luego regresar a Madrid y hacer ese viaje emocional mientras escribo. En fin, demasiados cambios en demasiado poco tiempo. De manera que en un momento tan perturbador se agradece que haya gente como la que organiza Tenerife Noir, que tiene la audacia de seguir adelante y está convencida de que sigue habiendo un espacio para festejar los libros y la cultura”.

-¿Qué significa para usted recibir este Premio Ciudad de Santa Cruz de Novela Criminal por El último barco?
“Nadie escribe para ganar premios. Estoy seguro de que tanto el libro de Susana Hernández como el de Esther García Llovet o el de Claudio Cerdán reúnen virtudes que los harían tan merecedores de este galardón como el mío. Pero no puedo negar que es muy gratificante para alguien como yo, que trabaja en la cueva, encontrar que el resultado de esa labor gusta, que ese trabajo viaja y lo reconocen en lugares muy distintos a los que uno imagina cuando escribe. Estoy muy agradecido de recibir el Premio Ciudad de Santa Cruz de Novela Criminal”.

-Entre La playa de los ahogados y El último barco han pasado 10 años. Al hablar del tiempo empleado en escribir esta última novela usted ha aludido a circunstancias personales, a un trabajo metódico, exhaustivo, que incluyó desechar un primer manuscrito bastante avanzado. ¿Cómo concibe el oficio de escritor?
“Escribir tiene un poco de mirada hacia afuera y otro poco de mirar hacia dentro, de intentar comprender el mundo y la naturaleza de la gente. Escribo novelas negras, pero con la excusa de una investigación policial puedo contar otras muchas cosas. Hace tiempo que leyendo a mis mayores, gente como Andrea Camilleri, Umberto Eco, Lorenzo Silva o Dennis Lehane, entendí que se podía hacer novela negra sin dejar por ello de hacer literatura con mayúsculas. Se puede hablar de crímenes y escribir novelas que sean cultas, que sean hondas, que sean humanas y que sean, en definitiva, emocionantes: que nos arañen por dentro. No existe otro camino para emocionar al lector que escribir emocionado. Al final, para mí el hecho mismo de escribir tiene que ver con buscar los recovecos de la emoción e intentar trasladarlos al papel; tratar de que el lector, que está en otro tiempo y en otro lugar, rellenando los espacios que le he dejado, entienda la historia y la haga suya”.

-Esta saga literaria está protagonizada por el inspector Leo Caldas y su ayudante Rafael Estévez, una dupla que no es inusual en la literatura. Ni en la Policía. ¿Pero en qué se complementan y en qué se alejan Caldas y Estévez?
“Cuando uno llama a la Policía porque tiene un problema y necesita ayuda, lo normal es que acudan dos, aunque solo sea por seguridad. En mis novelas el peso recae mucho más sobre Caldas que sobre Estévez, que si me apuras podría decir que es el primero de los secundarios. Caldas es más introspectivo, conoce el territorio que pisa. Ha nacido y crecido a la orilla de las rías gallegas, tiene un punto melancólico y es enormemente compasivo: la piedad es el carbón que alimenta su caldera. Estévez ha venido de fuera, es más impetuoso, ha llegado de un lugar donde los síes son síes y los noes son noes, y no hay tanto espacio para el gris como en Galicia, lo que le exaspera. Viene de un sitio en el que cuando llueve, llueve, y cuando hace calor, hace calor: le cuesta entender que en una zona de costa que mira al Atlántico se puedan dar varias estaciones en el mismo día. Pero Estévez también es un as en la manga para mí, porque es un personaje que mira a su alrededor con ojos de recién llegado. Mientras los demás le cuentan las cosas que no entiende, le explican las costumbres o el porqué de determinados comportamientos, yo, sin necesidad de grandes parrafadas, mediante un diálogo sencillo, se lo puedo contar también al lector. Estévez es el foráneo que me permite contar cómo es mi tierra”.

-Al escribir una novela, ¿qué surge primero, el misterio o la atmósfera, la música del relato?
“Necesito saber a dónde voy, pero escribir es como conducir con las luces cortas: vas viendo lo que tienes delante, pero nunca lo que está mucho más allá. Quizás sabes a dónde te diriges y conoces el camino que has de tomar, pero jamás tienes claro dónde estarán las curvas, los baches, dónde puedes tener un accidente. Antes de comenzar a escribir, para mí es fundamental zambullirme en un ambiente. Lo más importante es el nido que acogerá el relato. Cuando comencé a escribir El último barco, mucho antes de construir esta historia policiaca sabía que quería hablar de los artesanos, de los oficios que se hacen despacio, de los que requieren tiempo y cariño, como el de luthier o el de escritor. Sabía que quería hablar del mundo rural, de una lengua de tierra que hay en la otra orilla de la Ría de Vigo, que es tranquila y desde donde la gran ciudad solamente es un paisaje en la distancia. Una vez que supe cuál era el universo que quería relatar, tuve que encontrar una historia que se acomodara a ese entorno. El último barco acabó siendo la búsqueda de una mujer que era profesora de la Escuela de Artes y Oficios y se había marchado a vivir a aquella lengua de tierra que yo quería transitar. Cuando escribo, siempre viene primero el envoltorio y después el caso. Al menos así ha sido hasta ahora”.

-Usted confiesa su inseguridad como escritor, algo que también puede entenderse como una forma de exigencia, de estar alerta y no caer en la autocomplacencia…
“Intuyo que todos los escritores estamos rodeados de dudas. Tengo demasiadas veces la sensación de que lo que escribo no sirve, pero no dejo de intentarlo. Leo en voz alta lo que he escrito y de vez en cuando se produce un momento mágico en el que casi más la música que los conceptos me avisa de que ese pequeño texto vale y sigo adelante”.

-Galicia es un lugar frecuentado como escenario del género negro. ¿A qué cree que responde este hecho y qué le aporta a Domingo Villar en su obra, además de ser el lugar en el que ha nacido?
“No tengo claro que sea un escenario tan habitual en las novelas negras. Con el tiempo he entendido que todos los lugares son válidos si hay una voz que lo cuente bien y si existe una emoción y una excusa para trasladar la trama a ese determinado sitio. Pero sí es verdad que un lugar como las Rías Baixas posee una serie de características que lo hacen idóneo para una novela de detectives. Hay una orografía compleja, está lleno de calas, de recovecos; hay islas, playas mansas, zonas de un oleaje bravo; hay montañas, ríos, una frontera próxima, un gran puerto por el que puede entrar cualquier mercancía… Si alguien cierra los ojos e imagina el escenario ideal para una novela negra, probablemente no sea muy distinto de las Rías Baixas. O tampoco de Canarias, que igualmente reúne esas premisas necesarias para escribir una buena novela negra”.

-¿En qué proyecto literario trabaja en la actualidad?
“Por primera vez estoy con más de una cosa. Recupero unos cuentos que me animaban a publicar y que yo no me decidía a hacerlo, y por otro lado estoy sumergido en un nuevo caso para Caldas que me vuelve a llevar a Galicia. Lo que pasa es que escribo un poco a trompicones, porque ahora mismo tengo una necesidad de visitar el entorno que no puedo cubrir. Digamos que estoy en una tensa espera: escribiendo y avanzando, no tan rápido como quisiera. Y deseando que abran la puerta para volver a Galicia”.

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