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La vicepresidenta

Algunos especialistas califican el cargo de vicepresidente norteamericano como el cargo político más vacío de contenido e inútil del mundo; y tienen razón en parte, pero solo en parte. El vicepresidente es el presidente nato del Senado –sin ser senador-, y ahí terminan sus funciones políticas.

El resto de sus funciones dependen de lo que buenamente quiera delegarle el presidente, y al respecto hay ejemplos muy variados, desde presidentes que prácticamente no cuentan para nada con su vicepresidente –Trump con Pence- hasta otros que comparten con él muchas funciones.

Y esta situación se debe a que la existencia del cargo se justifica única y exclusivamente en que evita que se produzca un vacío de poder en caso de muerte –Kennedy- o renuncia –Nixon- del presidente (el vicepresidente Johnson juró el cargo en el avión que conducía desde Dallas a Washington el cadáver del presidente asesinado). Ese es el motivo de que, en la toma de posesión del 20 de enero frente al Capitolio, el vicepresidente electo jure su cargo antes que el presidente electo, a quien sustituiría si en esos minutos le ocurriera algo fatal: es la obsesión de evitar el vacío de poder.
Se da la circunstancia, además, de que el candidato a vicepresidente no ha participado en las primarias con el candidato a presidente, sino que precisamente este último lo elige y lo presenta en la Convención del partido, una vez que ha ganado la nominación.

Esta elección se basa en conseguir un contrapeso a la figura del candidato a presidente, en cubrir electoralmente aquellos sectores o territorios que el candidato a presidente no cubre, a fin de conseguir lo que se conoce como un ticket electoral equilibrado. La elección de la senadora Kamala Harris como compañera de candidatura de Joe Biden responde claramente a este criterio. La senadora había intentado también la carrera de las primarias, pero, ante sus fracasos iniciales, renunció muy pronto.

Solo dos mujeres antes que Harris han sido integrantes de tickets electorales como candidatas a la Vicepresidencia, y las dos fueron perdedoras: la demócrata Geraldine Ferraro en 1984 con Walter Mondale, y la republicana Sarah Palin en 2008 con John McCain.
Ahora la elección de la senadora de California Kamala Harris aumentó las posibilidades demócratas, no solo por ser mujer, lo que en estos tiempos es un activo político, como muestra Me Too, sino también por ser de padres inmigrantes -de Jamaica y la Unión India-, lo que la conecta con Black Lives Matter, aunque junto a esas luces, la senadora proyecta sombras por sus relaciones con intereses empresariales californianos y por su pasada actuación como fiscal general del Estado de California.

Si tenemos en cuenta el bajo perfil político de Joe Biden, su edad (78 años), y su delicado estado de salud (en el pasado ha sufrido dos episodios cardiovasculares), que hacen improbable un segundo mandato, concluiremos que Harris tiene posibilidades muy reales de ser candidata y llegar a ser la primera presidenta norteamericana.

Trump ha purgado el Partido Republicano de todos sus oponentes, le ha impuesto su ideología y hasta amenaza con ser de nuevo candidato en 2024. Es evidente que todo eso jugaría a favor de la senadora.

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