“Un día descubrí que Los Silos tenía una magia especial, estaba encerrada y casi nadie la podía ver. En cualquier lugar surgía el cuento. Así empezó todo. Comenzó la lucha por construir un pueblo literario, un lugar para disfrutar de la palabra y de su fuerza”. Así resumía Ernesto Rodríguez Abad en 2015 los orígenes del Festival Internacional del Cuento. Por aquel entonces, la cita con la palabra en Los Silos celebraba su vigésima edición. Ahora son 25 años y la ilusión sigue intacta: hacer del pueblo un lugar para soñar.
Los comienzos no fueron fáciles. Su director siempre cuenta los obstáculos que se encontró en el camino al tratar de “convencer que lo que era normal y cotidiano -trasmitir la palabra- podía ser un hecho artístico interesante”. Para hacerlo realidad, tuvo la ayuda de un pueblo que poco a poco fue siendo consciente de la joya que se estaba labrando en sus calles. Muchas personas han pasado por el festival durante este primer cuarto de siglo de vida. Al comienzo, el sueño de Ernesto se hizo posible gracias a un grupo mayormente de mujeres, en el que estaba su madre Bonosa, que lograron sacar adelante las primeras ediciones.
Una de ellas era Rosenda Rodríguez. Recuerda el escepticismo que había en Los Silos en los primeros pasos del festival: “Al principio, muchos lo criticaban. Yo trabajaba en la farmacia y me peleaba con quienes me decían que vivíamos del cuento: ¡yo les decía que claro que sí, que de eso se trataba precisamente!”. Fue una de las personas a quien Ernesto le propuso su idea y ahora comprueba satisfecha “cómo el tiempo nos dio la razón”. Rosenda se considera una persona fiel al festival y cada edición intenta ir al mayor número de actuaciones posibles: “Patios, tresillos, desayunos… he estado en todo”, presume. Evoca con especial cariño a las narradoras argentinas que han pasado por Los Silos por la forma de contar los cuentos (Liliana Cinetto, Maryta Berenguer, María Teresa Andruetto, Ana María Bovo, Claudia Macchi…) y rememora la cercanía que ha habido siempre entre los vecinos y los invitados, que “venían a la farmacia y se ponían a hablar con nosotros”.
“El festival se tramó en una mesa del quiosco de la plaza”, sintetiza Damián Méndez, que relata cómo compaginaba su trabajo de camarero (que a día de hoy sigue desempeñando) con las sesiones de cuentos en esa primera edición. De 1996 recuerda con cariño el tango que acabó bailando el público en el salón de actos del centro de salud con Pilar Rey y Antonio Abdo. Aquel primer certamen le llegó al corazón. “Al vivirlo desde el principio lo sientes como si fuera parte de tu vida; es como si fuera mi familia y cada vez que oigo hablar de él fuera del pueblo se pone el vello de punta”, cuenta. Damián ha conocido prácticamente a todos los invitados que han pasado por Los Silos en estos 25 años. Con ellos ha compartido experiencias e interesantes charlas mientras les servía un desayuno o una merienda. “Al final el pueblo se dio cuenta del beneficio cultural y económico que tenía el festival, y ahora se ha conseguido que se hable de él fuera de la Isla”, destaca.
Otra vecina, Sonia Lorenzo, destaca la esencia del primer festival: “Me encantó la idea. Era un encuentro de gente que venía a contarte sus cosas”. Allí estuvo el escritor sevillano Antonio Rodríguez Almodóvar, a quien Ana María Matute (otra invitada de excepción a Los Silos) llamó “el tercer hermano Grimm”. “Era genuino, tenía una capacidad didáctica increíble”, dice Sonia, quien subraya también la labor educativa realizada a través de los cursos de extensión universitaria. El festival le ha permitido “redescubrir” a Cecilia Domínguez en una de las célebres sesiones a bordo de una vieja guagua o maravillarse con la evolución artística del propio Rodríguez Abad. Pudo participar en alguna ocasión cantando un arrorró a los niños. Como vecina de Los Silos, pone en valor “lo que se hace en el pueblo y para el pueblo; la participación de los vecinos ha aumentando muchísimo y en eso también somos referentes”.
A Ana Durán le ha gustado escribir desde siempre. Es una silense que tiene la “espinita clavada por no haber estudiado la carrera de Literatura”, se considera una afortunada por “tener bastante imaginación y lograr plasmar la idea en el papel sin dificultad”. Por eso, desde hace cuatro años regala al Festival Internacional del Cuento un relato breve acorde con la temática de cada edición. “Comencé escribiendo pequeños artículos sobre lo que suponía el festival para el pueblo, pero no me atrevía a enviárselos a la organización… hasta que al final di el paso”. Así, en 2017 escribió El tesoro más preciado: el agua; en 2018, El niño de aire; y en 2019, La hoguera mágica. Este año ha regalado La buena semilla, aludiendo a la tierra, que cierra el ciclo de los cuatro elementos cuando el festival cumple sus bodas de plata. Ana se considera una amante del festival: “Me ha gustado desde siempre; algo que empezó como un sueño se ha convertido ya en un acontecimiento del que nos tenemos que sentir orgullosos en Los Silos porque nos da a conocer en el exterior”. Resalta que “va siempre creciendo, superándose cada año y contando cada vez más con la implicación de los vecinos, también con la colaboración de los padres en los decorados de los colegios”.
Pero también hay otros tantos silenses que han crecido a la par que el Festival del Cuento. Lucio González nació a los pocos días de terminar la séptima edición. En su memoria no existe Los Silos sin cuentos. “Diciembre es un mes que me marca mucho y el festival lo vivo de una manera apoteósica, con todo lo que significa para el pueblo y el evento cultural que constituye en sí mismo”, confiesa. Comenzó escuchando cuentos con sus padres y ya de adolescente empezó a colaborar como voluntario en el staff. Allí ha pasado ya bastantes ediciones, haciendo una u otra labor y haciendo nuevas amistades cada año, disfrutando del trabajo que no se ve desde la óptica del público. Lucio echa la vista atrás, eso sí, “solo para coger impulso”, porque está seguro de que el festival seguirá creciendo cada año
Eduardo Dorta era un niño cuando Ernesto Rodríguez Abad creó la fiesta de las palabras. Años después, comenzó a vivirla desde dentro. Tenía 14 y, como en el caso de Lucio, le propusieron ser voluntario junto a otros tantos adolescentes del pueblo. “Fueron dos o tres años ayudando en la organización de los actos, recogiendo entradas, llevando al público hasta la localización de los espectáculos… Lo que más me marcó fueron las sesiones de ArteTerror y los cuentos en el antiguo ingenio azucarero”, destaca. Ahora, cuando el festival cumple sus bodas de plata, Eduardo lo vivirá también desde dentro, pero como un artista invitado más. Participará junto a Ernesto Rodríguez Abad y a Juanma Moreno en el espectáculo Cortezas, acompañando con la melodía de su trompeta a los textos que resuenen en el patio del antiguo Convento de San Sebastián.
La palabra seguirá forjándose en el pueblo y, junto a ella, vendrán más vecinos para acompañarla. Gracias a ellos, Los Silos sube “un peldaño para conocer el entorno, el mundo, para acercarnos a lo humano, para entender el arte como una manera de comunicarnos”, como hace ya cinco años ya lo dejaba por escrito Ernesto Rodríguez Abad.