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¿Un suspenso recuperable?

El populismo de derechas se examinaba junto a Trump en las elecciones norteamericanas y su derrota es evidente que tendrá una influencia decisiva en el futuro de los populismos similares que hoy proliferan por todas partes. Una influencia que será inversa en los populismos de izquierdas, incluyendo los españoles. Ahora bien, la derrota del populismo de derechas que Trump lidera en Estados Unidos ha sido relativa: no olvidemos que ha perdido no solo con el mayor número de votos populares de un perdedor en las elecciones presidenciales, sino con el segundo mayor número de votos de todas las elecciones, y más votos populares que cuando ganó la Presidencia (en torno a 71 millones, unos 7 millones más que en 2016), superado por Biden (en torno a 78); y que sectores importantes de la sociedad norteamericana le siguen apoyando porque, por ejemplo, los indicadores macroeconómicos han mejorado notablemente durante su mandato.
No obstante, en unas elecciones que polarizaron al país y cuya abstención se redujo a cifras europeas inferiores al 40%, sus electores han sido menos urbanos, menos interraciales y más conservadores que los de Biden. Y es importante precisar la ideología del candidato demócrata, que ha sido presentado por ciertos medios españoles como una especie de socialista. No, el católico Biden, que el domingo pasado asistía a misa mientras Trump jugaba al golf, es un político liberal conservador de la vieja escuela, que en España estaría en la órbita del Partido Popular. El socialismo norteamericano se refugia en los llamados terceros partidos, como el Partido Libertario y el Partido Verde, que arañan unos votos en todas las elecciones sin conseguir, salvo contadas excepciones, entrar en las instituciones.
Como buen populista –y demagogo-, Trump es tan contradictorio que ahora acusa de fraude electoral a unas instituciones a las que siempre alabó en nombre del patriotismo. Según era de esperar, se resiste a aceptar y reconocer su derrota, y este hecho sí es absolutamente nuevo y sorprendente en la historia electoral norteamericana. Fiel a su cultura política anglosajona, en parte las leyes y en parte la tradición han diseñado en Estados Unidos un calendario preciso y unos rituales de cortesía política que señalan el itinerario a seguir desde el día de las elecciones –el primer martes después del primer lunes de noviembre- hasta las 12 horas del mediodía, hora de Washington, del 20 de enero siguiente, cuando, frente al Capitolio, primero el vicepresidente electo (en este caso, vicepresidenta) y después el presidente electo juran sus cargos, y culminan así el proceso de traspaso de poderes entre la Administración entrante y la saliente, un proceso que ha tenido lugar en los meses anteriores. Este proceso incluye la elección formal por un Colegio Electoral de compromisarios de los Estados y el Distrito Federal -desde 1964 son 538-, que emiten su voto el primer lunes siguiente al segundo miércoles de diciembre, mientras las dos Cámaras del Congreso cuentan y verifican oficialmente los resultados definitivos la primera semana de enero.
Como decíamos al principio, la derrota del populismo de derechas que Trump lidera en Estados Unidos ha sido relativa. Está por ver si es un suspenso recuperable en exámenes futuros.

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