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Las torres de la ira

Hace más de veinte años que publico puntualmente cada semana en este periódico un artículo de opinión. Pues bien, a finales de 2002 publiqué una serie de tres artículos consecutivos dedicados al problema que suscitó entonces el transporte de energía eléctrica a través de dos torres en el municipio de Vilaflor. Y el tercero de esos artículos parafraseaba el título de la novela de Steinbeck y se titulaba como he titulado este. Se trata de un asunto probablemente olvidado por muchos, porque la memoria social es frágil, pero que, en su día, dio lugar, por ejemplo, a la mayor manifestación ciudadana celebrada en Tenerife, en un ambiente de inusitada visceralidad, demagogia y hasta violencia. En tres ocasiones han salido a la calle masivamente los tinerfeños. Las otras dos fueron la manifestación en contra de la Ley de Aguas promovida por Jerónimo Saavedra, que afectaba la propiedad privada del agua de las galerías, y que logró su objetivo; y la celebrada en contra de la creación de la Universidad de Las Palmas, que no lo logró, a pesar de coincidir con un cierre patronal de varios meses de la Universidad de La Laguna, decidido por su entonces Rector. Estas dos manifestaciones congregaron a miles y miles de tinerfeños, pero la de las torres de Vilaflor superó a todas, hasta el punto de que la Policía Municipal calculó los asistentes –quizás con exageración- en cien mil.

La manipulación de la opinión pública y la demagogia fueron muy intensas por parte de un falso ecologismo enloquecido. Se llegó a afirmar que el sur de la Isla no necesitaba más energía eléctrica o que las infraestructuras existentes podían transportar todavía más. Se defendieron alternativas absurdas, que eran inviables técnicamente o que incrementaban el impacto ecológico, como el transporte de energía eléctrica submarino o subterráneo, a través de los montes de Vilaflor. Y muchos afirmaron que las torres eran una manifestación del colonialismo español y, alternativamente, de los intereses de Las Palmas, como demostraba el origen peninsular de los directivos de Endesa y la sede principal de la compañía en la capital grancanaria.

En un clima de histeria colectiva, la manifestación y el rechazo a las torres fueron apoyados por todos los partidos y sindicatos, por la izquierda y por la derecha, hasta el punto de que los políticos de Coalición Canaria, cuyo partido gobernaba la Comunidad y había publicado unos Decretos que posibilitaban las torres, asistieron con la consabida coartada de que lo hacían “a título personal”. El rechazo unánime y la manifestación consiguieron su objetivo, porque el entonces Gobierno de Coalición Canaria se vio obligado a retirar los Decretos, y las torres quedaron demonizadas.

Hoy en día, 18 años después, tras el segundo cero energético en Tenerife en menos de un año y el quinto en los últimos 11, cada vez se hace más evidente la falta de mantenimiento y de inversiones en las infraestructuras eléctricas de la Isla, la obsolescencia de sus instalaciones y su fragilidad, que inevitablemente producirá un nuevo corte general del suministro eléctrico en cualquier momento. Pero, que sepamos, no está anunciada ninguna manifestación al respecto. Suponemos que es por la pandemia.

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