tribuna

Carvativir

José Gregorio Hernández de Cisneros fue un médico venezolano que tiene un extraordinario culto en su país como milagrero, y que este año posiblemente será beatificado por el papa Francisco. Por el momento es solo siervo de Dios, como nuestro fray Leopoldo de Alpandeire. Venezuela es un país fantástico, con gente maravillosa y con malandros por las calles que también te pueden bajar con una balasera. José Gregorio tiene imágenes por todas partes, casi tantas como la Divina Pastora, una advocación de la Blanca Paloma con igual o más devoción que nuestra virgen del Rocío. Estuve en Quíbor, un pueblo cercano a Barquisimeto, en los primeros años del chavismo, cuando fui a grabar un programa de televisión en el Hogar Canario Larense. Allí estaba José Gregorio en todas las versiones posibles. Vestido de negro riguroso, con su sombrero, con bata de médico y el fonendo colgando de sus hombros, y hasta en forma de lápiz, del que compré varios para traer de regalo a mis amigos. Venezuela es un país lleno de candor, como toda esa América conquistada al sonsonete de los sermones dominicos. Cada tarde cae lo que llaman un palo de agua, pero enseguida se quita y vuelve a salir el sol radiante entre las nubes más altas y blancas que he visto en mi vida. La bebida que sirve para acompañar este estado húmedo se llama “pasapalo, y puede ser desde un wiski a un cubata. Todo menos una Polar, que es algo más habitual a lo largo del día. A esa hora se concentraban en el hotel donde me hospedaba los miembros de un círculo bolivariano, vestidos con sus camisas vino tinto. Ese es el color nacional de la selección de fútbol, aunque el deporte más popular, contradictoriamente, es el que viene importado desde el imperio que huele a azufre, de nombre béisbol. En Cuba pasa igual. En el estado de Lara el equipo se llama Los Cardenales, haciendo alusión al pájaro nacional. Este pajarito, al que está prohibido sacar del país, no es el que le habla a Maduro con la voz de Hugo Chávez, posado en su hombro. O quizá sí, y forma parte de este disparate último que no me he atrevido a creer hasta que lo he visto publicado en medios que considero serios. Se trata del anuncio del Carvativir, las goticas milagrosas que curan de la COVID-19, y que desde Venezuela se ofrecen al mundo como fórmula de salvación. Primero, claro está, lo hará en los países del ALBA. Puede ser que a España, en una situación de privilegio, nos llegue este santo remedio de la mano de Pablo Iglesias. Se llaman las gotas milagrosas de José Gregorio. Realmente me enternece comprobar el candor de ese pueblo que se refugia bajo la bata de un médico de buen corazón. Lo que ya no me gusta tanto es que, en mi país, acosado por el virus maligno y amenazado por la maldad de los laboratorios, exista en el Gobierno un componente político con la base populista suficiente para defender estas patrañas. Porque hay que saber que desde el socialismo del siglo XXI no se cree en estas cosas, sino que se utilizan de forma artera para garantizar la pervivencia de un régimen revolucionario que arruina la economía y envenena las mentes de los ciudadanos. Por favor, no se me solivianten, pero dejen esto ya.

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