Bernardo Álvarez es el obispo de la diócesis canaria de Tenerife (en realidad, se llama de San Cristóbal de La Laguna). El viernes 29 de enero de 2021 un periodista le abrió un hueco en la lista de miserables que se han vacunado antes de que, siguiendo el protocolo diseñado por Sanidad, le llegase el turno, según su opinión. Vamos, que se coló antes de que le tocara.
“El obispo de Tenerife se vacuna contra el coronavirus en la residencia sacerdotal”, fue el titular en la mayoría de medios que recogieron la noticia. Y muchos nos dijimos al leerlo: “Pues claro que se vacunó. Nos lo dijo él mismo al animar a toda la población a seguir las recomendaciones de la OMS en el sentido de aceptar ser vacunado. ¿Y cuál es el problema?”.
Dice el Grupo de trabajo técnico de vacunación COVID-19, dependiente del Ministerio de Sanidad, en su Estrategia de vacunación COVID-19, que los primeros en ser vacunados serán “Los residentes y personal sanitario y sociosanitario que trabaja en residencias de personas mayores y de atención a grandes dependientes”.
Y entre ellos está el obispo de Tenerife, cuyo hogar es la Residencia Sacerdotal San Juan de Ávila, donde tiene un apartamento colindante con su edificio principal. Y eso lo recoge su Documento Nacional de Identidad. Y eso figura en su Certificado de Empadronamiento. El obispo Bernardo es un alojado más de la residencia de mayores en cuestión, en contacto estrecho con los residentes y compartiendo con ellos los servicios esenciales de la misma.
Bien es cierto que desde hace meses Bernardo Álvarez saluda a sus hermanos sacerdotes mayores a través de una ventana, desde la puerta del comedor, desde el patio interior de la residencia… Hace meses que no hace la sobremesa con ellos. Para protegerles. Porque ellos no abandonan la Residencia Sacerdotal excepto por causa de fuerza mayor, pero él sí. Él sigue trabajando. Y el aislamiento ha funcionado: no ha enfermado ni uno. No de COVID, quiero decir, que de sus patologías físicas y psíquicas siguen padeciendo, como ahora resulta evidente.
El obispo sí sale todos los días de la residencia. Y celebra la Eucaristía a diario con cientos de personas, guardando las debidas medidas de precaución. Y no ha anulado todos sus encuentros de trabajo. ¿Eso le convierte en un no residente? Porque es que al caer la noche, Bernardo Álvarez vuelve a su dormitorio en esa misma residencia, ubicada en la calle del Padre Anchieta, 17, donde habita junto al grupo de sacerdotes mayores o enfermos. ¿Que haya unos tabiques entre su apartamento y el del resto de inquilinos de la casa le convierte en un no residente?
Sí, Bernardo Álvarez, el obispo de Tenerife, La Palma, La Gomera y El Hierro se vacunó contra el COVID-19, tal como recomienda Sanidad, cuando fue citado para ello. La Consejería de Sanidad del Gobierno de Canarias dispone desde ese día de la lista de los vacunados, que incluye el nombre del obispo. Lo mismo que el de los señores y las señoras -tengan la edad que tengan- que se encargan de los servicios a los sacerdotes.
Bernardo es mi obispo. Confieso que estamos en desacuerdo en bastantes temas de poco calado y muy opinables. Que nuestras forma de ser y nuestra formación son en algunos sentidos antagónicas. Pero coincidimos a muerte en las cuestiones de gran calado, aquellas que nos unen como sacerdotes y creyentes. No es mi amigo, pero le respeto, a pesar de que en algunas ocasiones no he dado muestras de ello. Así se escribe la Historia. Lo que sí saben quienes me conocen es que no soy un lameculos del obispo y que no salgo ahora en su defensa para sumar méritos. ¿Méritos, yo? Deja que me ría.
De hecho, he publicado esto en contra de lo que él me recomendó -él sabía que si me lo ordena no le iba a hacer caso- cuando le dije que pensaba escribir algo al respecto. Él prefería que lo dejara pasar. Pero como no me cambie el metabolismo en lo que me queda de vida… Y es que yo puedo imaginar a mi obispo equivocándose en un nombramiento, en una decisión pastoral, en un comentario… Puedo soltar sapos por la boca -los he soltado- al enterarme de algunos de los nombramientos que hace. Puedo repetirle una y otra vez -lo he hecho- que me gustaría verlo sonreír en alguna foto. Pero bajo ningún concepto, ni en el peor de los mundos, puedo imaginar al Bernardo Álvarez que yo conozco aprovechándose de su cargo en una situación semejante, en la que lo que está en juego es la vida o la muerte. Ese Bernardo Álvarez miserable no existe.
Y dicho esto, creo que es responsabilidad de los cristianos y de los hombres de buena voluntad, de todos, sus diocesanos o no, parar los pies a quienes se han aburrido del hermoso oficio de relatores de la verdad y propagan medias certezas o abiertas mentiras -como en este caso- con tal de vender 10 segundos de vídeo o de audio a su sede central en Madrid, o en Tenerife. O a las comadres que les llaman y disfrutan propalando injurias con un “yo ahí lo dejo”. Este es el tiempo de la hermandad universal, de caminar juntos, de anular al que no suma, de abrazar al que hace el mundo mejor… No es el momento de pasear bajo palio a la inmundicia. No es el momento de poner en práctica esa aberración de “No dejes que la verdad te estropee un buen titular”.
¿Sabes, amigo lector, lo que más me duele? Que el/la periodista que difundió esta falsedad y el otro que puso en marcha el ventilador de la mierda, ambos saben desde el principio que no hay noticia, que es falso. ¿Y lo peor de todo? Que alguna vez seguro que coincidirán en alguna celebración dándose golpes de pecho en el Yo confieso. Eso me duele: que a ninguno de ellos parece importarle que no es el obispo el que sufre con esta calumnia (aunque sufre), sino la limpieza de la fe y el rostro de la Iglesia. Y todo por un minuto de efímera gloria mediática o por una venganza psicótica.