tribuna

La insoportable intransigencia

Hay casos en que se mezclan distintas visiones de lo dogmático de forma contradictoria, y es difícil hallar una salida que contemporice los objetivos sin entrar en una situación de serio compromiso

Hay casos en que se mezclan distintas visiones de lo dogmático de forma contradictoria, y es difícil hallar una salida que contemporice los objetivos sin entrar en una situación de serio compromiso. Ocurre, por ejemplo, con la canción El emigrante, de Juanito Valderrama. Juanito, con su sombrero a medio lado y su historia de viajante de canciones recorriendo en un carromato los pueblos de España, representa el drama de ese españolito que carga con su maleta de madera en busca de un lugar donde encontrar su dignidad, alejado de la oprobiosa dictadura. Mientras el barco se aleja del puerto dice: “Me voy a hacer un rosario con tus dientes de marfil”, y yo imagino el terror de la que se va a quedar desdentada, despidiéndolo con su pañuelo desde el malecón.

Lo mismo pasa con Joan Báez, activista enganchada a todas las minorías americanas y símbolo de una parte del feminismo español, cantando El preso número 9; sobre todo esa parte en donde el reo no muestra ningún tipo de arrepentimiento ante su terrible delito de violencia de género.
Dice en su última confesión, que es la buena, “Los maté, si señor. Y si vuelvo a nacer, yo los vuelvo a matar”. Estas incongruencias pasaban desapercibidas porque lo único que importaba para vislumbrar un horizonte de progreso era ver a los niños en el corro cantando: “Franco, Franco, Franco, que tiene el culo blanco”.

Normalmente existe un patrón ideológico que toma la anécdota como el símbolo para preservar a la doctrina. Ocurre, en general, con el arte, que queda huérfano de contenido si no incluye unas gotas de mensaje panfletario en el cóctel. La calidad literaria de un texto no sirve para nada al no contener alguna alusión favorable a lo que en moda está, como pasa en el vaivén del sucu sucu. Esta especie de exclusión fanática se muestra cruelmente despectiva con todo lo que no contenga el incienso y la ofrenda para enaltecer el culto a lo que se considera sagrado. No crean que exagero. Es así.

Hace muchos años se creó la tendencia a formar grupos, generaciones y demás aglutinantes que sirvieran para unificar corrientes que participaban de un interés común. Con esto se conseguía el marchamo para entrar en el mundo de lo aceptable de la mano de una colectividad cerrada y bien definida. Estas colectividades son las que asfixian a la originalidad del individuo en su lucha personal con la aventura creativa, intentando confundirlo dentro del cardumen donde se agitan los alevines defendiendo la apariencia de su tamaño descomunal, como una ballena descompuesta en pequeños trozos.

El problema está en que estos comportamientos han llegado a formar parte de los algoritmos que se utilizan para seleccionar lo que es publicable y lo que no lo es, para decir que es lo que interesa y lo que no, para llamar la atención del comisariado que ha pasado a ser el árbitro de todas las muestras. En ese mundo vivimos.

Un ambiente no muy alejado de aquellos índices que mostraban a los parroquianos qué era lo que debían leer y lo que no para que no se fueran directamente al infierno. Al final, las tentaciones del totalitarismo actúan con toda comodidad en los territorios de los dos extremos, a pesar de que unos se llamen progresistas y los otros no. Por eso es tan frecuente escuchar eso de: “qué bien escribe usted, pero…”

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