el charco hondo

A la madrileña (y 2)

Fue hace unos meses, a finales de enero. El Gobierno de España logró, gracias a Bildu y a la abstención de Vox, la convalidación del decreto ley de gestión de los fondos europeos. Sin Bildu y Vox no lo habrían conseguido. Con PP, Ciudadanos y Esquerra Republicana a la contra, fueron Vox y Bildu los que salvaron al Ejecutivo de una derrota mayúscula. La espantada de sus interlocutores fijos y discontinuos tuvo contra las cuerdas al Gobierno de la nación, obligándolo a negociar acuerdos en la mismísima tanda de penaltis. Afortunadamente, la convalidación de aquel decreto no se frustró, evitándole al país un lío de incalculables proporciones. Aquellos días cayeron rayos, truenos y relámpagos sobre el Gobierno, al que acusaron de asociarse con terroristas y fascistas. Hace unos meses, a finales de enero, me quedé solo en columnas, tertulias de radio y sobremesas (mil veces, o bastantes más) argumentando que los escaños de Bildu o Vox están incontestablemente legitimados por las urnas y, partiendo de esa premisa, defendiendo el carácter democrático de su presencia en las Cortes. No fue la primera vez que me he quedado solo, ni será la última. Años atrás me pasó algo similar coincidiendo con la incorporación de Bildu a las instituciones, cuando defendí que los prefiero dentro que fuera, mejor votando en los ayuntamientos que agazapados en el monte, a este lado, concurriendo, participando. Tengo mi opinión sobre Bildu, o sobre Vox. Siento y pienso a años luz de unos y otros, bien lejos de lo que representan, de lo que hicieron o hacen. Bildu y Vox, poco dados a condenar la violencia, se sientan en el Congreso, en los parlamentos regionales o en las administraciones locales porque las urnas así lo han querido. Escuece digerirlo, pero su presencia en las instituciones tiene un fundamento democrático -y constitucional- perfectamente equiparable al de otras formaciones. Dolerá o no, irritará o no, pero sus escaños tienen la legitimidad de los restantes. De ahí que ayer, en un artículo que generó innumerables retornos, confesara mi incomodidad ante la exigencia de cordones democráticos. Si están es porque los han votado, y si van en serio con los cordones que defiendan abiertamente ilegalizar a Vox. Los cordones debe definirlos la ley, no la coyuntura electoral. Si esto va de democracia, acéptese el dictado de las urnas incluso si dan alas a gobiernos y partidos que, incubados en la intolerancia, están en las antípodas del país o de las ideas que muchos queremos y defendemos.

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