tribuna

Democracia es una forma de vivir

Gabilondo ha hecho un discurso que circula por las redes en donde dice que la democracia es una forma de vivir, que consiste en el respeto por el otro, y que, en ese aspecto, no excluye a ninguno de ser merecedor de esa consideración. Nadie puede discutir eso. Además, está bien que en un momento en el que el odio se desata sin control alguien esté dispuesto a recordarnos estas cosas. Siempre he pensado que el candidato de los socialistas a las elecciones madrileñas es la persona que, por formación, está obligada a exponer estos planteamientos. Si no es él, quién lo iba a decir. Sin embargo, es la voz que clama en el desierto, porque los que lo asesoran y los que han marcado las pautas de la campaña electoral, conduciéndola a la lucha de los extremismos, han manifestado hasta el momento todo lo contrario.


Hoy he leído un artículo de Álvarez Junco en El País hablando de los posibles paralelismos entre lo que vivimos hoy y lo que sucedió en España durante la década de los treinta. Afirma que las condiciones sociales, culturales, económicas, internacionales, no son las mismas, pero hay un punto de coincidencia y es el enfrentamiento entre minorías, que son las que siempre nos han conducido a la desgracia. En medio de esa lucha se ve asfixiada la moderación, el interés sano por resolver los problemas cotidianos de la ciudadanía, la elegancia y el buen hacer. Parece que es mejor apostar por tensionar para obtener un rédito basado en lo que nadie quiere y todos rechazan, que observar ese comportamiento que Gabilondo expone en su discurso.


Las encuestas dicen que la mayoría se decanta por las posiciones centradas en la prudencia y en el cálculo moderado de sus afirmaciones, pero la tentación a recurrir al descrédito, al desprecio y al fomento de la inquina no desaparecen de las estrategias desesperadas de los que intentan recuperar aquello que dan por perdido. Bien por Gabilondo y por su prédica moralizante. La comparto al cien por cien, aunque parte de la semilla que esparce termine cayendo en el pedregal donde nada tendrá la oportunidad de germinar.


Gabilondo no puede esperar por Iglesias, al que dio veinte días para acordar, después de que este exija la presencia del rey en la campaña para condenar a la violencia, poniendo a la monarquía en el mismo plano que a Vox a la hora de reclamar rectificaciones. Tampoco puede seguir siendo la marioneta del que dirige las operaciones desde las sombras, de quién invita a una portavoz parlamentaria a gritar el no pasarán, o a la ministra, hasta ahora moderada, que sale a las puertas del Congreso para mostrar la foto de una navaja que le ha enviado un esquizofrénico, ni tantas y tantas cosas que durante los días pasados han llevado a los electores de Madrid al enloquecimiento.


Gabilondo no tiene culpa de esto. Por eso me congratulo con ese vídeo que se recomienda retuitear, como la demostración del reconocimiento de los anteriores errores. No puedo añadir ni quitar nada a cada una de sus palabras. Quizá existe una pequeña contradicción cuando dice, después de asegurar que no excluye a nadie porque no piense como él, que el problema es que hay alguien empeñado en impedir que vivamos en democracia, y esta afirmación parece adaptada al último eslogan construido en la fábrica de ideas de la que intenta zafarse, pero que le obliga a marchar bajo la bandera de las consignas del cada vez menos infalible estratega.

Gracias a Gabilondo por haber expuesto con palabras claras dónde está la senda de los avances democráticos. Me temo que esto no lo quieren entender los otros. Es más, no creo que consideren que vaya dirigido a ellos. Siempre se aplica la moralina para los otros, esos otros que piensan diferente y que el candidato socialista nos recuerda muy acertadamente que tenemos la obligación de respetar.

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