por qué no me callo

El día después de las islas del día de antes

Muchas vueltas ha dado la vida en este último año, y las fotos de un sanitario mediático canoso y avejentado en tan solo un puñado de meses refleja que el tiempo no ha pasado en balde, y lo que antes se medía en días y semanas ahora se reduce a un cuarto de hora. Saldremos cambiados y longevos, todos, incluso los niños se asemejarán al Galindo de Xavier Sardá, pequeños hombres curtidos y veteranos de guerra. No ha sucedido un pasaje de la historia y ya está. Cuando acabe la pandemia (si Dios quiere, es cuestión de unos pocos meses), habrá pasado un tsunami sobre los anales de la historia, o mejor, la historia se habrá visto desbordada en su carga cronológica y empezará de nuevo a contar el tiempo y los hechos. Año I d.C. Estamos cerrando un periodo y ese año I después del coronavirus entrañará un calendario paralelo. Será inevitable pensar en términos de un antes y un después.
Reino Unido salió ayer del cascarón como ese homo pandemicus en que nos hemos ido convirtiendo, y que a buen seguro certificará un nuevo fenotipo de ser humano. Dado que la pandemia ha sido universal, la especie resultante también lo es. Desde Biden hasta Putin, pasando por Erdogan y Merkel o Xi Jinping hasta el negacionista Bolsonaro, la transformación humana y material es ya inevitable. Las condiciones en que se rearmará la economía y el crecimiento y un nuevo modus vivendi fundará otro hábitat traerán consigo un nuevo cliclé de vida y hasta de aspecto humano. No creo que desistamos de viajar a Marte para ensimismarnos en una vida contemplativa, noqueados por el meteorito del coronavirus y sus consecuencias devastadoras en nuestras mentes. Pero habrá prioridades inusitadas que cobrarán protagonismo. Y como el moribundo que resurge de sus cenizas, valoraremos con indudable énfasis el sentido basal de una vida corriente, simple y afectiva, daremos valor al minuto de Kipling en toda su constatación.
Ahora mismo, psicólogos, sociólogos, científicos, economistas y gurús están intentando adivinar cómo será ese nuevo habitante del planeta, del que ya despunta el inglés. Se nos hace inmensa la espera de los últimos metros de la pandemia. Porque ya apreciamos la luz en la boca del túnel. Cuando el virus comenzó a hacer de las suyas los ingleses permanecieron fieles a la vieja tesis de la inmunidad de rebaño debida al contagio natural y pronto desistieron. La bestia tenía más tentáculos de los previstos. Nadie podía entonces sospechar que no era una ola de verano, sino un diluvio, y los británicos terminaron confinándose. Desde ayer han vuelto a pisar la calle nuevamente, como el poema de Pablo Milanés. Y anuncian una nueva variante de nuestra civilización: los primeros vacunados por encima del 70% de la población. Han logrado, al final, la inmunidad de rebaño, el sueño era posible Han sido más rápidos que la madre Europa, ya huérfanos, tras el brexit. Y tienen más méritos que Israel (67 millones de británicos por nueve millones de hebreos). Seguirán saliendo otros de la cueva: los chilenos, los yanquis, las pequeñas Seychelles, los escasos Barbados o la mínima Malta. Los canarios pudimos ser la primera región de Europa y acaso del mundo en alcanzar la inmunidad, con 2.200.000 habitantes, pero faltó generosidad de España con el primer puerto del virus (La Gomera, 31 de enero de 2020) y el primer hotel confinado (Adeje, 25 de febrero de 2020). Habríamos sido el primer destino turístico seguro. En fin. Solo nos queda acertar en el esprint final. No cometer más errores. Hacerlo bien es salir con vida el mayor número posible. Salir de las islas del día de antes, como diría Umberto Eco, para entrar en el mundo del día después.

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