tribuna

Los que sueñan el sueño dorado

Estoy leyendo el libro de Joan Didion Los que sueñan el sueño dorado y me detengo en el relato Arrastrarse hasta Belén. Los protagonistas pertenecen al movimiento hippie, colocados con ácido, anfetas, cocaína y porros, deambulan por el San Francisco de 1967. Hay una protesta disfrazada de filosofía zen, donde los hijos de papá conviven con los desarraigados víctimas de la miseria o la desestructuración. Es una escritora magnífica Didion. Pertenece a ese mundo de la literatura norteamericana que me apasiona, pero que es tan poco compartido por esa izquierda estereotipada española, que arrastra las preferencias revolucionarias soviéticas heredadas del posicionamiento ya obsoleto de los años de la guerra fría. Hasta en eso estamos desfasados. Mientras no logremos desanclarnos del empecinamiento con la memoria del pasado, no empezaremos a ser modernos de verdad.

Ayer se celebró el 14 de abril y aparecieron las nostálgicas banderas republicanas, en competencia con las reivindicativas esteladas desteñidas, que es la forma que tienen en Cataluña de evocar a ese tiempo. Aparecen glosas al periodo de la II República, como el más fructífero e ilusionante de nuestra historia. No lo dudo. Muchos intentaron de buena fe que fuera eso, pero otros, incluidos en los dos bandos de la intransigencia, la llevaron al fracaso. Lo que se arrastraba desde el XIX tenía un componente revolucionario que era difícil meter en cintura. En fin, no tiene que ver lo que describe Didion en los Estados Unidos de 1967 con esto que hoy se evoca en nuestro país, pero sí hay un tufillo de desencanto que se detecta en la abundancia de sectores con moral baja, buscando algo de luz perdidos en las tinieblas. Nosotros no hemos tenido ningún Vietnam para deprimirnos y llenar las consultas de los psiquiatras con jóvenes desequilibrados. Nos desequilibra la situación del agotamiento de lo que ya no es capaz de ilusionarnos. Nos hemos quedado sin diálogo, sin metas y sin futuro, abriéndole las puertas a un panorama de nuevas normas y nuevas formas de vida, similares a las de los jóvenes que sufren desorientados un síndrome de abstinencia que ocupa más tiempo en sus vidas que sus viajes psicodélicos.

El líder de un movimiento de izquierdas radical arremete contra la prensa, dictando lo que se debe o no se debe decir o contar. Viene de representar a los amordazados y ahora está dispuesto a ponerle un bozal y hacer callar a quien se le ponga por delante. Lo hemos fabricado entre todos, también los medios, en su libertad, son responsables de tener que soportar sus críticas. No sé si es la comparsa de algo mayor o la comparsa que le sigue son los otros. Me da la impresión de que es así, a pesar de que, aprovechando la oscuridad de un momento anónimo, digan lo contrario. Me gustaría convertir este relato en una crónica al estilo de Joan Didion y poder observar la escena desde el distanciamiento preciso para reproducirla con serenidad, pero el ambiente no es propicio y tengo que sortear los escollos de la exaltación, de las manifestaciones exacerbadas, y de esa sensación de mundo en pérdida, que es el propicio para introducirse en paraísos artificiales de forma inmediata. Había una militancia del caos en el san Francisco de los sesenta.

No creo que pretendieran salvar al mundo. No les gustaba como estaba y punto, y su actitud de autodestrucción era una forma de manifestarlo. Hoy asistimos a un proceso de desintegración, mostrando la fiereza aparente de nuestra condición debilitada en una isla desierta donde se pone en juego quién desarrolla una mayor capacidad de deslealtad. Hay grupos de jóvenes que aseguran haber encontrado los motivos para sus protestas. Se reúnen en las playas para salvarlas de los escándalos de la especulación. Otros son negacionistas, o activistas planetarios, o cruzados del género, que eligen a sus ídolos para seguirlos ciegamente. Un niño de papá, malcriado, que ya se ha hecho mayor, pone cara de diablo en la televisión cuando es contradicho.

Otra caprichosa, que siempre estuvo acostumbrada a tener todo lo que se le venía en gana, moquea delante de las cámaras para transmitirnos su reivindicación heroica. Algunos los siguen y otros no. Lo siento. Esto es lo que tengo a mano para reproducir el ambiente que retrata Didion en su magnífico libro. Ya saben: “Los que sueñan el sueño dorado” (Literatura Random House, 3ª reimpresión, agosto 2020).

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