tribuna

Ayuso

Ayuso es un producto de la torpeza prepotente de la izquierda. No demuestra ser intelectualmente muy equipada ni es capaz de armar argumentos profundamente técnicos y racionales. Da la sensación de llegar a conectar con su público por medio de algunas simplezas directas, pero esto no es suficiente para conseguir triunfos rotundos. Su arte consiste en salir indemne de los acosos a los que es sometida por quienes parten de la seguridad de sentirse superiores a ella.


Vi la entrevista que le hizo Gonzo en La Sexta, por cierto realizada antes de las elecciones del 4 de mayo, y me di cuenta de que ese es su secreto. Parece practicar una de esas artes marciales por las que derribas a tu contrincante aprovechando la fuerza de su impulso incontrolado por acabar contigo apresuradamente.

Alguien que confiesa sin tapujos que en el colegio la llamaban la Chincheta o la Galleta, ofrece una imagen de ingenuidad irresistible. Ignoro si esto está calculado o es innato, pero de lo que no me cabe duda es de que es efectivo.


La pregunta que habría que hacerse es: Ayuso es mediocre, inconsistente, ignorante o imprudente, comparada con quién. En el márquetin de las ofertas políticas el despotismo no vende; lo hace más el descaro de la candidez aparente que la exhibición exagerada de facultades inexistentes que solo figuran en los currículos.

Ayuso, o su asesor, al que también todos los progres tenían por tonto, ha conseguido dar la sensación de jugar siempre con negras, escabulléndose de los ataques de las blancas. Tiene el arte de convertirlo todo en una defensa, bordeando hábilmente los asedios a que es sometida, siempre utilizando respuestas que nada tienen que ver con las preguntas inquisidoras de sus entrevistadores o de sus oponentes en un debate.


Es mejor a larga distancia que a corta, porque se escapa para dejar el mensaje que le interesa. Si de algo conoce es de comunicación. Por eso gana. Empecé este comentario diciendo que cuenta con la colaboración impagable de los que están enfrente intentando destruirla. Ellos son los que le dan la oportunidad para salir airosa. La consigna es odiarla, pero en lugar de jugar el papel de la víctima a la que todos persiguen, esquiva las embestidas saliéndose por la tangente, y esto desespera al que presume de tener los nervios más templados. En este territorio se mueve con comodidad. Un ámbito en el que es imprescindible contar con las andanadas de quien tiene enfrente, que se convierte así en el colaborador número uno de su éxito.


Por eso decía al principio que Ayuso es un producto de la torpeza de la izquierda. Es una manera diferente de presentar al populismo, un acercamiento insolente a la parte más sensiblera del electorado, algo que, si se le descubre su artificialidad, puede llegar a ser decepcionante, pero no lo es porque responde a un deseo natural de valorar la fortaleza del que se presenta como el más débil.

No estamos en un tiempo en que abunden los políticos que exhiban las cualidades perfectas de moderación, legitimidad, eficacia, y la solvencia indiscutible de que las soluciones que ofrezca a los complicados problemas que se presentan sean las más adecuadas. Para estos casos funcionan algoritmos muy testados que alivian a los líderes de tener que aplicar remedios milagrosos. Por eso andan más preocupados por su imagen, por no dañar sus gestos impecables y presentarse con un discurso casi paternalista, adobado por las descalificaciones a sus adversarios preñadas de intransigencia.


Andamos escasos de carismáticos indiscutibles, o quizá no es el tiempo de que existan y basta con la superficialidad de las apariencias para que las cosas no se compliquen demasiado. Ayuso es solo una consecuencia, no es el descubrimiento de algo que nos sirva de guía. Quizá represente a la reina de corazones de Alicia en el país de las maravillas, pero esto es porque tiene enfrente al mago de Oz, escondido con su micrófono detrás de la mampara.


Van a tener razón los negacionistas, y el mundo está gobernado por una organización invisible que necesita mostrarse con personajes de ficción, como ocurre en la realidad aparente de la televisión.

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