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La segunda marcha

El buenismo progre de lo políticamente correcto, esa brutal censura contemporánea que atenaza el pensamiento libre y la libre opinión, ha colonizado el gravísimo problema de la inmigración ilegal. Y es una colonización tan intensa que alcanza a su denominación, que, en contra de la evidencia, califica suavemente de irregular.


Una irregularidad que, en ocasiones, ha producido heridas de consideración a las fuerzas policiales que intentan defender la integridad territorial de nuestras fronteras frente a los inmigrantes violentos que les atacan y las asaltan. Porque el territorio es uno de los elementos fundantes de un Estado, y un Estado que no sea capaz de defenderlo y garantizar sus fronteras está abdicando de su soberanía, es decir, de su propia naturaleza. Pues bien, las cosas han llegado a tal punto que cualquier opinión no acorde con el guion buenista corre peligro de ser acusada de promover el odio, la xenofobia, el racismo y otras letanías similares. Y, por si fuera poco, el buenismo ha introducido en el debate los sentimientos y la grosera manipulación de las emociones.


Como suele suceder, en este asunto los extremos se tocan. En última instancia, el planteamiento buenista de la inmigración está sustentando y financiando a las mafias que trafican con los inmigrantes ilegales, que les cobran por transportarlos hasta nosotros, y que, en demasiadas ocasiones, los conducen a la muerte. Ante esta situación, la ideología buenista, que se apoya en nuestra mala conciencia de ciudadanos del primer mundo, no aporta ninguna solución viable. Se limita a exigir la acogida universal a todo el que llega, con lo cual parece estar propugnando que debemos seguir conviviendo con la inmigración ilegal hasta que los territorios emisores se despueblen del todo. Y debemos preparar –y financiar- instalaciones adecuadas para acogerlos, hasta llegar al disparate esperpéntico y surrealista de alojarlos en hoteles a pensión completa mientras miles de canarios hacen cola en los bancos de alimentos.


Claro que, a veces, la lógica y el sentido común terminan por imponerse. Y así hemos comprobado estos días como nuestros gobernantes socialistas, que desde la oposición criticaban duramente las llamadas devoluciones en caliente, las han practicado con los marroquíes que han asaltado e invadido Ceuta y Melilla dirigidos e instigados por su Gobierno. Y no solo las han practicado con carácter general, sino que las han exhibido como un mérito ante la opinión pública. No en vano los más caracterizados buenistas canarios, empezando por nuestros gobernantes, insisten mucho en que los inmigrantes que nos llegan en realidad no se van a quedar, y solicitan insistentemente que Madrid los saque de aquí y se los lleve a la Península.


Por si ya no estaba suficientemente claro, la invasión de Ceuta y Melilla por miles de marroquíes dirigidos e instigados por su Gobierno, esta segunda marcha continuación de aquella Marcha Verde de hace tantos años, ha puesto de manifiesto de nuevo la extrema debilidad internacional de España y su sometimiento a Marruecos: el otro día nada menos que Casado, el supuesto valedor de nuestra soberanía e independencia, le reprochaba a Pedro Sánchez que sea el primer presidente de la democracia cuyo primer viaje oficial no haya sido a Marruecos. Vasallaje se llama la figura. E incoherencia lo de Casado.

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