por qué no me callo

Las páginas de Hessel

Hace diez años -se cumplen esta semana- arraigó la agitación política que alentaba entre los jóvenes Stéphane Hessel, el excombatiente de la resistencia francesa que había pasado por campos de concentración en la Segunda Guerra Mundial y era coautor de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Los preceptos de su célebre opúsculo ¡Indignaos!’ (Indignez vous!) iban dirigidos a las nuevas generaciones adormecidas sin aparentes enemigos que combatir en medio de la complacencia social del capitalismo predominante. Era como si alguien, antes de despedirse de la vida a los 93 años, ya sin guerras ni demonios universales, diera la bienvenida a un ejército de neófitos con la consigna de su experiencia vital: la insurrección pacífica. Hessel decía que un capitalismo difuso estaba devorando la libertad sin aspavientos en un campo sin batalla, pero con víctimas.


El padre de la famosa catilinaria de 32 páginas estaba a punto, en efecto, de morir al cabo de un par de años, y tenía prisa por que su legado calara. Pudo asistir al éxito del libro más corto e influyente que se recuerda, convertido en un bestseller y una espoleta política: inspiró movimientos como el 15-M español en la Puerta del Sol, aquel día de las masivas manifestaciones. 2011 era un año regañado y cascarrabias. Había un malestar generalizado, que constituía el caldo de cultivo para que prendieran las ideas del exdiplomático francés torturado por la Gestapo. El libro salió de la imprenta en 2010, pero en España, prologado por José Luis Sampedro (amigo de Santa Cruz de Tenerife), fue una revelación aquel año de jóvenes salvajes irrumpiendo en las calles contra el bipartidismo, llevando bajo el brazo el ¡basta ya! del testamento del patriarca que sobrevivió al siglo XX.


Decía Hessel que había sido más fácil luchar contra Hitler y Stalin, en su juventud, que hacerlo contra el capitalismo, cuyo rostro a veces resulta amable. Luego, el papa Francisco ha seguido el hilo de su discurso. Y ha resultado una falacia que el final del comunismo, con la caída del muro de Berlín y la desintegración de la URSS (1989-1991), equivalía a la victoria definitiva de un capitalismo inexpugnable. Porque enseguida brotaron los populismos, las ultraderechas recalcitrantes de Europa y otros rebrotes nostálgicos, en mitad de la yihad de Bin Laden y sus lobos solitarios. Hessel tenía una clara percepción de lo que no iban a ver sus ojos, el imperio de los radicalismos que resucitaría fenómenos y monstruos de otro tiempo, hasta extenderse como una plaga. Acaso en su mayo del 2011 faltaron cortafuegos ante los brotes incendiarios.


En eso estamos hoy, cuando los líderes no tienen talla y el género de la política se malbarata y degrada. Veníamos de la Gran Recesión de finales de la década pasada y eran comprensibles las diatribas de Hessel en su bello testamento panfletario contra los poderes financieros que gobernaban en la sombra. Aquella crisis y esta de la pandemia se parecen como un huevo a una castaña, del austericidio al Next Generation. Los cachorros de la revolución del 15-M desafiaron a la Transición española, la tacharon de tibia con el franquismo y alentaron una suerte de segunda Transición que nunca cobró cuerpo. Pablo Iglesias es hijo de esa marea de la calle; su partido, Podemos, se propuso asaltar el cielo, y no olvidemos que estuvo a un tiro de piedra de dar el sorpasso al PSOE. Albert Rivera se vio impulsado por la ola, se decía que era un producto del Ibex 35, y también amenazó con tutear al PP en las urnas. Hoy los dos iconos de la nueva política se han retirado. Pero la democracia ya es otra. Con o sin Iglesias y Rivera, nada sería ya igual desde que vieron la luz las páginas de Hessel.

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