El padre Báez ha dicho una barbaridad inadmisible. No solo es el defensor de las más deleznables justificaciones machistas, sino que carga la culpa sobre la víctima intentando causarle un dolor más intenso del que sufre. Confieso que me ha provocado una náusea equivalente a la que ya rodea a esta tragedia, sumándose a las supuestas razones del asesino y en apoyo de él. No le faltó sino decir que espera que el alma del autor del crimen esté en el cielo gozando de la visión de ese dios estúpido en el que cree y sobre el que predica. El padre Báez es un imbécil y hasta puede que tenga un conflicto mental, pero esto no sería otra cosa que disculparlo. Lo importante es que el padre Báez no está solo. El padre Báez caía bien, la gente se divertía con él, y por eso la televisión le daba cancha y había conseguido convertirse en uno de esos personajes populares, al estilo del padre Apeles o del pequeño Nicolás, aberraciones que crean los medios para satisfacer el morbo de sus clientelas. El padre Báez era otro narcisista que se pagaba de sí mismo mientras se grababa diciendo exabruptos, vestido de amarillo chillón, exhibiendo la parte más cretina de la canariedad. El padre Báez solo había leído el pasaje del Evangelio en el que Jesús airado echa a los mercaderes del templo. Parece que le gustaba, y andaba amenazando a todo el mundo con una vara de membrillero mientras soltaba tacos por la boca. Pero lo más importante es que la gente lo había convertido en un icono popular, en un producto de lo nuestro, en lo auténtico expresado con su habla a trompicones y disparatada. Podía haber sido uno de los personajes de Javier Cárdenas en las crónicas marcianas, pero se quedó en lo local. Algunas personas de escaso criterio han manifestado estos días que a Gimeno, el padre asesino de las niñas, lo hemos fabricado entre todos, siguiendo ese argumento tan socorrido que se empeña en demostrar que el delincuente es una consecuencia de la sociedad. Eso no es cierto, pero en el caso de este cura cretino sí lo es. El padre Báez es un producto elaborado por la estupidez oportunista que ha mezclado su descaro con el fragor del pío pío. No voy a repetir los argumentos de este subnormal porque sería ayudar a su difusión. Los que me lean saben a lo que me refiero, y si no, lo buscan publicado en la prensa y satisfacen su curiosidad. El padre Báez, además, cuenta con el apoyo de la organización a la que pertenece, que le ha permitido convertirse en el vocero de una moral manida y obsoleta. Las tesis que han defendido no se alejan mucho de lo que dice este padre Báez que ahora será calificado de garbanzo negro, de excepción o de antigualla. Ya escuchamos hace tiempo eso de que los menores abusados son los culpables por provocar a sus sodomizadores. No es nuevo. El problema del padre Báez es que ha irrumpido en medio de una tragedia, capaz de helarle el corazón a cualquiera, para esgrimir su vara amenazadora y acusar desde la irracionalidad de su cabeza de chorlito. Desgraciadamente esa cabeza, de melena blanca y alborotada, era simpática para muchos, cuando no decía menores disparates de los que ahora dice. Algunos, amantes del arte naif, lo consideraban pintoresco; otros como un ejemplo de lo castizo, como una versión religiosa y esperpéntica de Pepito Monagas o como objeto para el estudio pseudointelectual de una singularidad, y los más, como un arriesgado paladín que no tiene papas en la boca. Auténtico, como todo lo que no pasa por el filtro del comedimiento, un diamante en bruto, sin pulimento, la expresión natural y sin tapujos de la idiotez y la mala educación. El padre Báez era igual de patoso, de bestia y de improcedente antes que ahora, así que no vale que a partir de este momento se escandalicen los que antes le reían la gracia.