Algo falló, y echó la culpa a la cremallera. Algo se torció; no fue, pinchó, la rueda del humor reventó. Y, en fin, ya se sabe que desconcierto e irritabilidad se asocian con frecuencia, y en eso que entró a comprarse un bolso, la cremallera se le atascó y, boom, sacó a pasear sus demonios de cabecera colgando un vídeo, culpando de sus males a los cirros, estratos, cúmulos y otros especímenes del catálogo de las nubes de cualquier día, exigiendo al Sol que la indemnizara por daños, perjuicios y prejuicios, poniendo a parir a la Isla -al Puerto de la Cruz, en concreto- porque a ella, turista accidental o accidentada, los sueños le habían contado otra cosa, otra nube, otro Sol, otro océano, otra Isla, otro siglo, otra vida, otra cremallera, una de las buenas, de las que suben y bajan deslizándose sin apenas resistencia, arrullando al tacto, adormeciendo los dedos cuando recorren los dientes, sean de plástico o metal, tanto da. Algo falló, y echó la culpa a una cremallera; pero, sin ánimo de meternos donde no nos llaman, cargar contra la cremallera fue una maniobra de distracción, una artimaña, un truco, un exorcismo que la dejara a gusto, en paz, cuidándose de dejar al margen las causas reales, el porqué. Vaya por delante que los energúmenos que la han insultado u ofendido en las redes no tienen un pase, no los quiero sentados a la mesa, los prefiero lejos, y mudos. Ahora bien, la turista que grabó el vídeo contándole al sistema galáctico que la Isla se acerca al fraude, al engaño o a la traición, bien pudo gestionar su enfado de otra forma, otro cauce, otras sinrazones. Algo le fue mal, alguien no le fue bien. Algo. Alguien. Yo qué sé. Qué sé yo. Será que no fue lo que esperaba, y culpó a la Isla. Será que algo pasó; y lo que pasó, pasó, entre tú y yo, pero decir privada o públicamente que la Isla es un infierno porque una cremallera abre mal o cierra peor, pues, en fin, cómo decirlo, qué hacer, quién podrá contarte que viajar es otra cosa, otro ánimo, otras expectativas, otras razones para quejarse. Un viaje se tuerce si fallan los aviones, el hotel, la pareja, el grupo, la actitud o el humor, el vino o la música, los pies o la cintura, pero no cuando se atasca una cremallera. Si te vienes abajo porque el cielo se nubló, el sol llegó tarde o las cremalleras no fluyeron, algo falló, y no fue la Isla. Cosas del humor, del carácter; y del destino, pero no hablo de la Isla.