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En el calor de la noche

Son las cuatro y media de la madrugada. 21,6 grados de temperatura, no hay viento. El olor a maresía se cuela por la ventana. El mar está quieto. En los cajeros de Caixa Bank no hay nadie desde hace horas. No pasa ni un solo coche. No tengo argumento interesante, acabo de leer los periódicos y sólo existe el monotema. Yo me niego a hablar del monotema, que le den. Ni siquiera encuentro la excentricidad ni el disparate de una ministra. Mala noche para el que tiene que cumplir con el puto folio, porque uno ya llega a nutrirse del disparate de las ministras. Y de los ministros. Acabo de ver una película en Netflix, la reedición de Los Siete Magníficos. Un tiroteo infernal. Dentro de un rato me recogerá una amiga que me invitó a desayunar; es decir, que, con suerte, dormiré un par de horas. Mini ronca a mi lado, despatarrada en su cama y con su eterno oso junto a ella. Me llamó un editor para un encargo y le he dicho que no, que mi producción está agotada, con alguna pequeña excepción como esta. Lo último que he leído, no sé si lo conté ya, son las memorias de Carmen Rigalt. Lo más interesante de ellas es lo que yo también viví en Pueblo. Van quedando pocos representantes de aquella generación de grandes periodistas. Me parece que quien me facilitó las prácticas en Pueblo fue Florentino López-Negrín, que era subdirector del periódico y el encargado de las páginas de opinión. Sólo hablé con él una vez; me parece que había nacido en Telde y fue más indiferente que amable conmigo. No tenía tiempo de hablar con nadie. Trato de contar algo actual, pero sólo me aparecen recuerdos. Para mí Pueblo fue una gran cantera de triunfadores, pero los periódicos de tarde se murieron con él.

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