A quienes no están por la labor de dejar las fiestas para más adelante, tanto les da que se prohíban, restrinjan o estigmaticen playas, parques, alcohol, canciones bailables o el callejeo al otro lado de la medianoche. Da igual. La realidad es que las restricciones y los niveles solo condicionan los planes de los que habitualmente cumplen, y sacrificamos. A los otros, a aquellos que no quieren continuar aplazando cumpleaños, almuerzos de empresa o cenas con colegas, les basta con reubicar sus planes en el mapa o el reloj. Si cierran bares o reducen aforos quedan en casa de tal, si clausuran los parques se reúnen un par de aceras más allá, si el alcohol deja de venderse después de las diez lo compran a las diez menos cuarto, y si el TSJC avala un toque de queda -no ha sido así, y van dos- quedan en el apartamento de quien te dije y no salen hasta las seis y pico. Las horas o los lugares prohibidos se sustituyen por horas o lugares alternativos, punto. A estas alturas tales mecanismos son un coladero, una trampa al solitario. El intento de rebajar los contagios a golpe de decreto o tirando de niveles reforzados, descafeinados o replanteados (tanto da) resulta tan bienintencionado como vulnerable, y también viejuno. Un momento diferente requiere respuestas o herramientas distintas de contención. Y de evaluación. Deben cambiarse los indicadores. Hay que modificar los parámetros que pintan los semáforos epidemiológicos de rojo, ámbar o verde. Nadie discute que no es una buena noticia la incidencia de contagios que galopa por las Islas, pero toca digerir que, quizá, tal vez, jamás volveremos a los cincuenta casos por cada 100.000 habitantes (puede que nunca volvamos a acercarnos siquiera a ese listón). Al revés, conviviremos con cifras bastante más elevadas de infectados en un escenario ya diferente, con inmunidad de grupo y la vacunación integrada en el paisaje de las citas anuales.
El Instituto Robert Koch -que reúne a los gurús alemanes- o el propio Amós García, presidente de la asociación española de vacunología, coinciden en que debe avanzarse hacia otros indicadores, a los de presión asistencial, ocupación de UCI y fallecimientos, restando protagonismo a los contagios. El contexto sanitario anima a pensar que ha llegado al momento de poner al día los indicadores que pintan de un color u otro la incidencia. La coyuntura económica está pidiendo a gritos que se acabe con el monopolio de los contagios, entre otras cosas, porque si se mantiene el sistema actual de evaluación la temporada alta se nos irá otra vez a la mierda, y con ella la recuperación, enterrando a las Islas en un hoyo del que no saldremos en muchos años.