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Pícaros

Han condenado al Pequeño Nicolás por creerse paje real y enviarse a sí mismo, como tal, a Ribadeo para ejercer su oficio chimbo. Cada época tiene sus pícaros, desde los tiempos medievales. En la democracia actual es el Pequeño Nicolás y en la Transición el Cojo Manteca, mucho más basto que el falso enlace entre Moncloa y Zarzuela, o por ahí. La sentencia supongo que será recurrible en nuestro garantista sistema judicial y el tribunal ha apreciado una cierta anomalía síquica del personaje, lo que hace que su condena se devalúe. El Pequeño Nicolás es un personaje de atrápame si puedes y el Cojo Manteca fue un loquinario que rompía las farolas de Madrid y alrededores con sus muletas. Cada vez que había una algarada, ahí estaba el jodido Cojo rompiéndolo todo. Fue el peor enemigo posible del mobiliario urbano en unos tiempos difíciles para España como fueron aquellos. El Pequeño Nicolás es más sibilino: se colaba en las recepciones reales, o conseguía que lo invitaran, y comprometió gravemente a funcionarios del Estado, de los cuales se hacía amigo. Bueno, son personajes para la infracrónica de la historia, gente sin mucha sesera –o con ninguna-, de esa que les encanta a los periodistas. Los periodistas tienen siempre a mano un bufón que les haga no trabajar, que es el verdadero oficio del periodista, el ocio, el dolce far niente. Las crisis de la Humanidad están llegando tan lejos que hasta tenemos un papa peronista, algo insólito en la historia de la Iglesia católica. Entre esas crisis se cuelan los pícaros, que poseen una gran capacidad de adaptarse a todo, desde una manifestación a una recepción. Justo Fernández, querido amigo y contertulio, que en gloria esté, me contaba cómo, siendo el jefe sindical de la banca, ponía silicona en las cerraduras de las puertas de los bancos durante las huelgas. Todo esto también forma parte de la España negra.

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