En unas recientes declaraciones, Iván Redondo manifestó que un asesor debe estar dispuesto a tirarse a un barranco por su jefe. Era una falacia, por supuesto, porque lo que él mismo y su jefe practican es el sacrificio del otro si sus intereses propios peligran. Y eso es lo que ambos han practicado en la reciente crisis de Gobierno. Los sectores más leales del partido criticaban la –aparente- dependencia de Pedro Sánchez de un Iván Redondo que no es militante, y, de cara al Congreso de octubre, el presidente tenía que acallar a esos sectores y, al mismo tiempo, dejar claro, ante el partido y ante la opinión pública, que no existe esa dependencia y que Pedro Sánchez solo depende de Pedro Sánchez. Por su parte, a Iván Redondo, a su imagen y a su futuro, cada vez le convenía menos esa identificación acrítica con el presidente que todos asumían. En su despedida manuscrita lo dice bien claro: tan importante como saber ganar y perder es saber parar; y la ocasión para romper unas amarras que cada vez le perjudicaban más era precisamente ésta. Ahora bien, no nos engañemos; se trata de un hasta luego, y sus relaciones volverán al paso alegre de la paz cuando les convenga a los dos personajes.
De modo que Sánchez le ha abierto la puerta de La Moncloa a los socialistas, incluyendo a un antiguo partidario de Patxi López y a una colaboradora de Susana Díaz, dispuestos a repensar sus lealtades, y ha nombrado ministras a una delegada del Gobierno y tres alcaldesas, no porque se haya convertido al municipalismo –cualquier cosa que signifique eso-, sino como aviso a sus barones territoriales sobre candidaturas a presidencias autonómicas. Al mismo tiempo, fiel a su estilo, no ha dudado en sacrificar a leales partidarios como Carmen Calvo, enfrentada a Irene Montero por los disparates de la llamada Ley Trans, que se había convertido en un problema para mantener los votos de Podemos; y también a José Luis Ábalos, que, como ministro y secretario de Organización, había involucrado al partido en el asunto de la escala en Barajas de la vicepresidenta venezolana. Además, en el Congreso de octubre es muy importante dar una imagen de renovación y de frescura para preparar la permanencia en el poder después de las próximas elecciones generales, que Pedro Sánchez no va a adelantar en ningún caso.
En el capítulo de incompetentes, inútiles y desconocidos se cuentan los esperados ceses de la ministra de Exteriores, que se creyó lo del apoyo al Polisario por Pablo Iglesias y la lió buena con Marruecos; del ministro de Ciencia Pedro Duque, cuyo nombramiento fue una ocurrencia y se ha pasado todo su mandato en la estación espacial; y del desconocido ministro de Cultura. Los cinco ministros de Podemos entran en este apartado, pero son intocables. En particular, insistentes rumores afirman que hay un ministro de Universidades, pero no nos consta.
Isabel Celaá estaba contestada hasta por la izquierda por su ocurrencia de dar títulos con suspensos, aunque su sustituta seguirá igual que ella intentando destruir la enseñanza concertada. Y la vicepresidenta Calviño continuará aceptando ser la coartada económica ante Europa. En cuanto a los dos tercios de mujeres en el Ejecutivo, ¡qué se hubiera dicho si hubiese sido al revés! Pero ya se sabe: las mujeres -¿y los niños?- primero.