Afganistrump es la herencia que Biden no ha sabido eludir de la etapa innombrable en que La Casa Blanca era la casa de los líos. Biden pisó ese charco, que es una herencia que se remonta a Obama y a la idea consolidada de la primera potencia de replegarse tras los traumas de Vietnam e Irak. Pero huyendo de los demonios, los yanquis han reproducido su infierno, su pesadilla, su Saigón, como prueban los helicópteros Black Hawk sobrevolando la embajada USA en Kabul, todo un déjà vu de 1975.
Como Gerald Ford, Biden recibió una nota urgente que le anunciaba la caída de Kabul, antes de lo previsto. Como Nixon, Trump le dejó el muerto de la evasión en la nevera. Como entonces, tampoco ahora los servicios de inteligencia se han ganado el sueldo. Cae Kabul y cae la CIA. Acaso esté cayendo EE.UU. del podio del mundo. Los chinos y los rusos no van a dejar escapar esta oportunidad de humillar al Tío Sam. El mundo que sale de la pandemia no es el que respiró ingenuamente con alivio cuando los americanos se quitaron de en medio a Bin Laden. Ahora el coco número uno no es Al Qaeda, que ha mutado como el virus en otras cepas fundamentalistas y no menos terroristas que los patrocinadores del 11-S. Dentro de unas semanas, en el vigésimo aniversario de los atentados a las Torres Gemelas, esta ya es otra aldea global. La guerra de las potencias se libra en el ciberespacio. Y acaso, tras la experiencia de este bienio, cobre cuerpo la célebre guerra bacteriológica que tanto temíamos antes de que nos inundara un virus procedente de Wuhan.
Yo recuerdo la noticia de Omar, el mulá tuerto, huyendo en moto -dijeron que con un botín- el día que los americanos acabaron con la fiesta islamista y tomaron Kabul. Hemos asistido a los episodios del ISIS, la mutilación de los yacimientos y culturas milenarias, la exportación del terrorismo salvaje y las sombras de las mujeres enfundadas en sus burkas como abolidas por la vista humana. Esa es la sociedad que los talibanes harán renacer ahora de sus cenizas, la que prohíbe a las mujeres asomarse al balcón, reír o hablar en alto, porque los hombres no han de oír sus pasos ni su voz.
El aeropuerto de Kabul es la imagen del sonrojo de quienes huyen como hizo el presidente Ashraf Ghani. Los perdedores. La sombra ha vuelto a su sitio, donde yace esperando el lobo solitario.