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Comunismos

La tradicional debilidad internacional española se ha acentuado en grado sumo por la desconfianza que genera en el gigante norteamericano y en toda la OTAN la insólita y única en Europa presencia de ministros comunistas en el Gobierno español y su eventual acceso a información sensible. Y no se ha olvidado la imagen de Rodríguez Zapatero sentado ostentosamente al paso de la bandera norteamericana. En aquel país respetan sus símbolos nacionales y no olvidan ni perdonan a quienes los ofenden. Pero es que, además, desde el punto de vista marxista, la colaboración comunista en un Gobierno pequeño-burgués capitalista, como consideran al nuestro, solo se entiende si el objetivo es destruir sus instituciones desde dentro para alcanzar el poder; unas instituciones de democracia representativa que serían simples superestructuras de legitimación ideológica del capitalismo. Se trata precisamente de lo que pretenderían Podemos, Izquierda Unida y el Partido Comunista de España, en una operación que solo es posible si sus compañeros socialistas en el Ejecutivo no son socialdemócratas, sino radicales criptocomunistas, como es el caso. El XX Congreso del Partido Comunista de España, en diciembre de 2017, aprobó profundos cambios ideológicos y organizativos, el más importante de ellos la recuperación del marxismo-leninismo 40 años después de su renuncia al mismo. A partir de los sucesos de 1968, los principales partidos comunistas europeos, el español entre ellos, adoptaron una estrategia de penetración pacífica en las instituciones burguesas según la experiencia chilena; fue el denominado eurocomunismo como nueva estrategia política, que implicó el abandono del leninismo por Santiago Carrillo en 1977, en plena Transición, aunque conservando la definición del partido como marxista revolucionario. Igual que ahora, y de acuerdo con la ortodoxia marxista, el partido seguía repudiando la separación de poderes, en aras de la unidad centralizada del poder, y propugnando el principio de la doble dependencia, según el cual todas las instituciones sociales y políticas han de estar sometidas simultáneamente al Estado y al partido comunista único. Desde la Unión Soviética, y hasta Cuba y Corea del Norte, todas las dictaduras comunistas afirman estar construyendo el socialismo por medio de la dictadura del proletariado (pudorosamente denominada Estado de obreros y campesinos, Estado de todo el pueblo o democracia popular), rumbo al comunismo final, en el que se extinguiría el Estado. En la práctica, son dictaduras de una clase dirigente o ‘Nomenclatura’ -o de una familia- asfixiadas por una burocracia opresiva altamente ineficiente y una economía de planificación central inviable, que solo produce miseria, hambre y opresión. En sus construcciones ideológicas y su praxis política, el comunismo nunca ha sido feminista, ni se ha preocupado del medio ambiente ni mucho menos ha sido defensor de los homosexuales (en Cuba los llegaron a recluir en campos de reeducación y en Corea del Norte es un tabú que ni se plantea, como no se planteó en la Unión Soviética y sus satélites). En cuanto a los nacionalismos, la base de la teoría y de la praxis comunista siempre fue el internacionalismo radical; y el nacionalismo fue un problema teórico denominado “la cuestión nacional”. Pero el poder bien vale una misa.

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