Cuando leí en la Complutense la síntesis y las conclusiones de mi tesis doctoral, a los profesores que componían el tribunal, sobre todo a los godos, les extrañó mucho que revelara los atentados contra Franco. Al general lo quisieron matar varias veces, que yo recuerde al menos dos. Una de ellas fue en La Orotava, cuando tomaba el té con doña Carmen en la casa del general Lorenzo Machado, durante unas fiestas del Corpus. El asunto lo resolvió la presencia de una ametralladora instalada en la azotea de la casa, que disipó el intento. Y otra vez, en Capitanía, cuando unos cretinos treparon de noche por el muro del cuartel y llegaron hasta la vivienda del general, pero apareció la escolta, me parece que al mando del capitán Carmona, y los invasores se echaron a correr. Los llamo cretinos no porque quisieran matar a Franco, que eso a mí me habría dado igual, sino por lo mal que planificaron la acción, que no pasará a la historia de la estrategia universal. Hubo una tercera intentona, ya en Gran Canaria, cuando Franco iba a abordar el Dragon Rapide para dar el salto a África e iniciar su golpe de Estado. Por eso, tras el chivatazo, no viajó por carretera desde la capital a Gando, sino a bordo de un barcucho que hacía las funciones de guardacostas, llamado Uad Arcila. Hablo de memoria, así que si cometo algún fallo en los nombres atribúyanlo a mi habitual rechazo a aportar el dato exacto y a mi afición de optar por lo fácil: fiarme de mi memoria. Lo cierto es que todavía tengo cosas que contar de la estancia en Canarias del general, de sus conversaciones, de sus amistades insulares y de sus conspiraciones. La historia está incompleta. Mi tesis, que casi nadie cita porque a mí tampoco me cita casi nadie, aporta interesantes consideraciones a ese entorno malvado de Franco en Canarias. A ver si un día las desmenuzo.