Cualquier calificativo que los historiadores concedan a la década de los 60-70 se queda corto. El 22 de noviembre de 1963 la mafia mató a John F. Kennedy, uno de los más emblemáticos presidentes de los Estados Unidos. Al final de la década, el 26 de septiembre de 1969, The Beatles pusieron a la venta su famoso álbum Abbey Road, acaso su disco más rotundo. El 4 de abril de 1968 asesinaron al líder de los negros Martin Luther King. El 6 de junio de 1968 mataron al candidato presidencial Robert Kennedy. Y el 20 de julio de 1969 pusieron el pie en la Luna los astronautas Neil Armstrong y Ewin Buzz Aldrin. Estaba ardiendo Vietnam y, en infinita menor escala, los cantautores españoles Raimon, Aute y todos aquellos empezaron a tocarle las pelotas a Franco, cuyo régimen ya estaba enfermo de muerte y cuyos tardíos fusilamientos intentaban arreglar lo que no tenía arreglo. A mí me entró una veleidad izquierdosa, justificada plenamente por un amor. Cantábamos Pluff el dragón, que era el himno de los hippies de las furgonetas Volkswagen, que hoy son sencillamente reliquias. Y venerábamos a Elvis, que en España era un auténtico incomprendido. Ese breve amor de verano me marcó, lo reconozco, de una forma rotunda. Había un bar en el Puerto llamado La Paleta, atendido por una china, un bar pequeñito, un nido de sueños y de conversaciones juveniles, de celos y de libertad, porque la china no se asustaba por nada. El populismo de ahora es una filfa comparado con aquella ilusión contagiosa. Todo lo contado lo vivimos de una manera despreocupada: la universidad, la inseguridad, ya dije que el amor y la música. Éramos muy jóvenes y estábamos llenos de proyectos, que en los setenta bajaron a la realidad, cuando ganamos las primeras perras y nos materializamos. Los 70 fueron como un castillo de naipes que las hordas de la rutina sitiaron hasta acabar destruyéndolo.