por qué no me callo

Geopolítica con Cumbre Vieja

La hipótesis de que una erupción dantesca del Cumbre Vieja, en La Palma, pudiera desencadenar un megatsunami que cubriera el Atlántico de olas gigantescas hasta inundar Nueva York genera desde hace 20 años cierta psicosis internacional, pues la teoría, que hábilmente aliñada en un documental de la BBC alcanzaría más tarde su cénit publicitario tan goloso para las aseguradoras, la apadrinaban entonces dos geólogos, Simon Day y Steven Ward.

El Cumbre Vieja reaparece de cuando en cuando como el Guadiana o San Borondón. Es un asunto recurrente de nuestro baúl de contingencias que despierta el morbo inevitable de los ciudadanos y el interés intrínseco de los expertos. Cuando la crisis volcánica de 2004, en tiempos del delegado del Gobierno José Segura, dos científicos canarios, Nemesio Pérez y Juan Carlos Carracedo, debatieron públicamente sobre las aristas del tema estrella de los mitos inaugurales de esta tierra. Sea el Teide o el Cumbre Vieja, hablar de volcanes en Canarias debería ser un tópico. Pero por razones que obedecen al olvido consciente de toda catástrofe natural, las Islas han preferido dar la espalda a dos cosas, a África y a los volcanes. Por eso, sacar a relucir en 2004 la eventualidad siempre incómoda de que el Teide dejará de ser un volcán dormido causaba malestar, desazón, yuyu e impotencia. Hemos visto la reciente erupción del Etna, y los flujos de lava y columnas de ceniza del volcán siciliano (el mayor de los tres activos en Italia, junto al Stromboli y el Vesubio) no sacan de quicio al personal, acostumbrado a convivir con las entrañas de fuego de islas como nosotros.

La actual fase intrusiva de magma en el Cumbre Vieja exige una auscultación especial, como han determinado los expertos, pues las características del enjambre sísmico que irrumpió este fin de semana invitan a hacer un seguimiento y tomar el pulso al parque natural. La Caldera de Taburiente es fruto de un deslizamiento como el que vaticina el alarmista Simon Day desde el año 2000. Pero después de la reiterada de Afganistán, no cabe hacer cargar a Joe Biden con la losa de un ataque múltiple de olas gigantescas que borren del mapa a Nueva York, Washington y Miami, por culpa de una lejana isla que en su día emigró a América. Hagamos un ejercicio de racionalidad. Como hicimos cuando hace diez años el Tagoro brotó bajo el Mar de las Calmas en la siempre pacífica isla de El Hierro. La geopolítica no es la guerra de nervios causada por un volcán.

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