tribuna

La calma de la pandemia y las aguas revueltas

Cómo comienza el curso político en este septiembre que serpentea entre Afganistán y la COVID; entre las pateras de este regazo al costado de África y el deshielo hispano-marroquí, entre la vacunación por las nubes en Canarias y el repunte turístico, entre la recuperación y el desmantelamiento del miedo. Nadie acierta a apostar por la fecha de la famosa luz al final del túnel. Pero es un hecho que todos en Europa empiezan a elevar la mano que pasará página.

Dinamarca se ha puesto la pandemia por montera y levanta las restricciones. A juicio de sus autoridades, ha dejado de ser una “enfermedad socialmente crítica”. La prohibición de formar grupos y los pases de inmunidad, el coronapas (nuestro certificado COVID) para entrar en restaurantes o lugares de ocio, dejan de tener efecto desde el próximo viernes, día 10. Con el 70% de la población vacunada (según acredita la Universidad Johns Hopkins, que se ha revelado el termómetro de esta crisis), los daneses dan por finalizada la pandemia. ¿Estarán en lo cierto o pecarán de triunfalistas, ávidos de asomar la cabeza y no ver su sombra para abandonar definitivamente la madriguera? En España, el listón de vacunados es similar y en Canarias incluso superior: si ciframos la llamada población diana, de más de 12 años, estamos a punto de tocar el 80%. Los canarios no somos, al parecer, tan optimistas como los daneses, guardamos un margen de cautela (metro y medio de distancia por si acaso), pero es verdad que hemos vuelto a sonreír. Y sin darnos cuenta hemos hecho como si Canarias fuera Dinamarca, abiertas las puertas al libre tránsito y cubiertas de público las gradas de los estadios, como una representación mágica de la realidad que se nos resistía hasta ahora. De manera que a nuestro modo (aunque el Gobierno haya sacado un decreto y tenga una carta bajo la manga) hemos dicho ¡basta!

Prueba de ello, han vuelto a funcionar los negocios, incluido el malparado ocio nocturno, que bailó con la más fea cuando las discotecas permanecían clausuradas. Los hoteles que dieron un paso al frente no se han arrepentido, esta vez no fue en balde, desagallados los empresarios por aquel aquelarre de los mercados preferentes anglo-alemanes, que un día abrían la espita y otro la cerraban. Aún no somos conscientes de esta travesía del desierto que duraba desde marzo del año pasado y que en diciembre puso en marcha la cuenta atrás de la inmunidad con los primeros pinchazos de las vacunas que batieron el récord histórico. Este hecho en sí mismo no solo canoniza a la ciencia, sino que hace de este siglo un periodo de saltos sin precedentes, para lo bueno y seguramente para lo malo.

Ahora suena la espoleta de un nuevo curso político y económico inédito en más de cien años. Con el mundo patas arriba por una pandemia y las ententes internacionales tiradas por la borda. Si es o no el comienzo del final del imperio USA de Occidente con la retirada grotesca de Kabul lo sabremos en los próximos meses sin duda. Trump (cuan lejano nos resuena mencionar ya su nombre), siendo el artífice del triste déjà vu de Saigón en la espantada de Afganistán, se frota las manos viendo la popularidad de su verdugo caer como la última ola de la cepa Delta. Biden mira hacia su sombra por si lleva flequillo y es barrigona. Nos preguntamos como pobladores neófitos de un nuevo mundo sin reglas hacia dónde vamos desde este mes de septiembre que enfila el final de un año de transición gris en el nuevo firmamento. Nadie sabe, ni Macron ni Sánchez ni Merkel, que se va, de qué mundo estamos hablando, donde el español que dirige la política exterior europea avisa que, después de Afganistán, nos hemos quedado solos. Estados Unidos ya no irá a la guerra por los demás. Y del mismo modo que Borrell pide en Bruselas autonomía de medios militares, una brújula estratégica para el futuro, cabe hacerse planteamientos similares de puertas adentro, en España y en Canarias. Conviene hacer la lectura correcta de los meses que restan y de los inminentes años venideros. No sabemos cuándo ni cuánto durará en adelante la paz en nuestro marco geográfico afroeuropeo, junto a Marruecos y Argelia, que han quebrado los puentes con la ruptura de relaciones. Qué consecuencias tendrá para regiones vecinas como Andalucía y Canarias. Cuál será nuestro paraguas y nuestro salvavidas en un escenario caliente en el volcán africano, a tiro de piedra de la explosión demográfica que se adivina.

En Canarias y en Madrid, donde el nuevo portavoz socialista será el paisano Héctor Gómez, nos jugamos, a la vuelta de este verano, un otoño de incertidumbres y aguas revueltas. La sinuosa historia de las relaciones Canarias-Madrid, compelidos a entendernos en un tira y afloja y continuas treguas, ha vuelto a enfrentarnos en torno al Ref. El eterno disenso del Estado y Canarias es la especificidad. Algo que Europa asimiló como un derecho de ultraperificidad que traduce las leyes del continente al idioma de la geografía. Pero en España (“Madrid va a saber lo que vale un peine”, sentenció Olarte para la posteridad como los ajijides de Valentina la de Sabinosa) esa asignatura no se estudia en todos los cursos políticos. No hay libros de texto sobre Canarias (el coste de la insularidad, la lejanía y el Ref) para que los ministros de turno estén al corriente sin necesidad de cruzar el charco y quedar aislados en uno de nuestros aeropuertos, como la ex vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, que aprendió ese día la lección.

El ascenso de Héctor Gómez a la planta alta de la política es, en este sentido, una excelente noticia para Canarias. Por una vez en 40 años de denocracia el portavoz en el Congreso del partido en el Gobierno es un canario, un tinerfeño, un político de la cantera de la isla. Al margen de la continua ordalía entre aspirantes a ser la voz de Canarias en Madrid, esta irrupción en la escena nacional del político isorano significa un cambio de estatus no menor, el que dista de pasar de medianero a mayoral, que es el jefe de la cabaña.

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