tribuna

Todos pringados

No soy un experto en la psiquiatrización del régimen patriarcal ni en la performatividad de la adquisición de determinados usos sexuales. Ando perdido en el mundo de la indefinición de administrar mis deseos de una manera elemental y muy poco original. Quizá esta circunstancia me aleja de la oportunidad de conocer a fondo la sociedad en la que vivo. Soy un carca y, en muchos aspectos, un inmaduro, o mejor, alguien al que se le pasó el arroz para entrar plenamente en la modernidad. A pesar de todo, me esfuerzo por adaptarme y por comprender mejor a lo que me rodea. El no hacerlo así supondría introducirme voluntariamente en una cárcel asfixiante, aislándome de toda novedad que pretenda invadirme, y eso no está nada bien. Ahora me sorprende la noticia de Esty Quesada, la que se hace llamar “Soy una pringada”, que ha subido a los titulares gracias a una entrevista que le ha hecho Gabriel Rufián en su plataforma de Youtube. No me interesa mucho lo que ha dicho. Son cosas de toda la vida, que se esconden detrás del esperpento de una manera muy sui géneris de interpretar el humor. Eso está bien, a pesar de que diga que hay que matar a los de Vox porque de alguna manera debemos defendernos de los ataques homófobos. Tampoco es para tanto. Solo es una forma de hablar. Esto me ha servido para descubrir que a los grupos LGTBI se les ha añadido una letra, la Q, y me he apresurado a ver qué significa. He visto en Google que se trata de la palabra queer, que es un intermedio entre heterosexual y cisgénero. Y yo que creía que entre esos dos conceptos no cabía nada. Me equivoqué, porque en el comportamiento humano se aceptan todas las gradaciones que la imaginación pueda concebir, igual que entre los términos de la serie infinita de los números reales. Es cuestión de matices, y aquí cada psicólogo, cada psiquiatra o cada individuo se convierte en un matiz a partir de que muestre la capacidad de percibirlo. Somos diferentes. Cada persona es un mundo, y así podremos ir añadiendo al movimiento todas las letras que el abecedario permita, y cuando se agoten, las combinaremos con números, igual que hacemos con las matrículas de los coches. He meditado sobre esto, y me parece una cuestión sin futuro, porque dentro de un tiempo los coches habrán desaparecido y sus placas de identificación ya no serán necesarias. Además, a qué tanta letra y tanto dígito si al fin podemos concentrar nuestra personalidad en un código QR. He descargado mi certificado COVID de vacunación y lo guardo en mi móvil como si fuera un tesoro. Es un endiablado laberinto encerrado dentro de un cuadrado que me va a distinguir del resto de los mortales. Ya no me preguntarán “¿y tú de quién eres?” y contestar, como en la canción; “yo de Josefita”. Ahora todos mis datos están incluidos en una maraña ininteligible que será leída con exactitud por una máquina preparada para descifrarla. Lo que soy, lo que pienso y lo que siento está contenido en una larga lista de iniciales donde poder escoger. La verdad es que no sé si lo que conviene es ser queer. Puede que yo lo sea y no me lo había planteado hasta este momento. Ahora empiezo a entender a Esty Quesada, y por qué dice que es una pringada. He reflexionado íntimamente y he llegado a la conclusión de que yo también lo soy. Me da pena pensar en que mi admirada Rosalía tenga que recurrir a ese calculado abecedario para situarse adecuadamente en la vida, o en que la niña Pastori no le diga más a su prima que le eche una mano porque el vestido que se debe poner cuando venga a verla su novio ya lo tiene previsto su código de identificación, y, con toda seguridad, figurará en los catálogos de los fabricados por Inditex. De verdad es un mundo apasionante el que tenemos por delante. Al menos para escribir estas cosas, para mí lo es.

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