“Esta guerra aún no ha terminado; aún podemos salvar o perder más en Las Manchas, en la costa de Tazacorte”. Por sus palabras, pareciera que este vecino de San Borondón, barrio temeroso de ser el próximo desalojado como el de Marina, en Tazacorte, pensara todavía en la posibilidad de poder ganar un pulso al volcán, que tiene ya diez coladas, algunas de ellas detenidas en su avance longitudinal, pero alimentándose en una altura de más de 15 metros de la energía de sus cinco bocas activas. José nació y vive en San Borondón y, pese a que ha perdido todos los plátanos que su padre logró comprar y poner en producción en la costa bagañeta, aún tiene fuerzas para pasar el domingo “ayudando a vaciar de muebles y electrodomésticos las casas de gente que no conozco, pero que pueden perder más de lo que yo he perdido
”. “Mi padre tuvo que irse en 1951 porque el volcán de San Juan, que no es ni la sombra de lo que este está siendo, dejó mucha miseria. Todo el sudor y el trabajo de mi padre está ahora bajo la lava”. Emocionado, reconoce que “no debería quejarme, no tengo derecho porque hay quien lo ha perdido todo y yo tengo casa y trabajo”. Cuenta una vecina de El Morro, en Tazacorte, que “la gente está desolada; aquí ya viven vecinos que lo han perdido todo, en pisos de alquiler, y la tristeza es tan grande que da miedo. Hay personas que no le ven salida a esto y no encuentran razones para seguir. Están pasando cosas muy grandes dentro de las familias, mucho miedo a lo que vaya a ser de ellos”.
Tazacorte, pese a todo, es aún un lugar de resistencia. El desconsuelo en el pueblo con más horas de sol de Canarias, la Villa y Puerto, el París Chiquito de risas y luz, de olores a carnes compuestas y rosquetes fritos, es desde hace semanas un lugar donde se impone la ceniza, donde se cuela en la boca y te seca la garganta, donde los niños no salen a jugar y donde los mayores son ahora más viejos, sin fuerzas para dibujar un horizonte nuevo hasta que el volcán no se detenga. Todos siguen con atención lo que publican los periódicos y se escucha en televisiones y radios. “Dice Morcuende y también el propio presidente del Gobierno de Canarias, que estuvo aquí el fin de semana, que el volcán no va terminar todavía, que no saben”, explican.
Otros miedos más difíciles de combatir están dentro de los vecinos de Las Manchas. Una madre de tres hijos, desalojada desde hace semanas y hasta el viernes pasado esperanzada de rescatar su casa de la montaña de ceniza que la cubre, muestra las infografías del Pevolca y señala la colada que parece detenida, pero que amenaza Las Manchas. “Que la lengua de lava se pare, sabemos a estas alturas que no significa sino más agonía. Porque viene más lava detrás y llega un momento en que termina por caer sobre ella misma. Nos han dicho, los que pudieron entrar por último, que aquello parece un campo de guerra, que es como si no fuese el barrio. No podemos sino esperar y esperar y fingir delante de los niños que todo está controlado. Hay que seguir y enseñarles que hay que resistir y luchar. Luchar ahora es esto. Estar y esperar. Nada más que eso”.
A su lado, otra mujer le dice que tranquila, que esto tendrá que parar. Cuando se le pregunta cómo está, cuenta que ella perdió el chalet y la piscina que tenía en El Paraíso: “Nosotros teníamos todo asegurado y tenemos una casa mirada para comprar cuando nos pague el seguro, pero eso no consuela mucho, porque yo, todavía hoy, lo que quiero es mi casa, mi hogar”. Al Puesto de Mando Avanzado llegan en un goteo incesante, con prisas al andar, matrimonios y hombres solos para pedir a uno de los miembros de la UME que los ayuden a pasar, que les den permiso para ir a retirar ceniza, para salvar las casas. “Si nos ayudan igual todavía podemos salvar algo más, queremos que vengan a ayudarnos, pero nos han dicho que la calidad del aire no lo permite, que estamos en zona de exclusión y que ahora ya es imposible llegar hasta Las Manchas”.
El interlocutor de la UME le explica paciente la situación y les sugiere que acudan al Ayuntamiento de su municipio por si la situación cambiase y consiguiesen un permiso para entrar. De momento, eso es imposible.