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Memoria histórica

Desde el Gobierno de Rodríguez Zapatero, una de las banderas obsesivas de la izquierda española es la llamada memoria histórica. Pero se trata de una memoria de corto alcance, que empieza y termina en el régimen franquista, y cuyo objetivo es simplemente ganar la guerra civil que la izquierda perdió hace ochenta años. Lo menos que requiere la sociedad española es resucitar los fantasmas del pasado desde el sectarismo de la revancha. Sin embargo, sí está muy necesitada de un auténtico conocimiento histórico: porque los españoles desconocemos nuestra historia y asumimos falsas tradiciones inventadas, y ya sabemos que los pueblos que ignoran su historia están condenados a repetirla. Es sorprendente, por ejemplo, que la guerra civil por antonomasia sea la última, y que ignoremos absolutamente las seis guerras civiles anteriores que nos han enfrentado desde que España surgió de la unión real entre los Reinos de Castilla y Aragón y la incorporación de la Corona de Navarra, como muestra fehacientemente su escudo. Porque nuestra historia nos ha convertido en una sociedad cainita y autodestructiva, y lo peor es que no somos conscientes de que lo somos.
Ignoramos completamente nuestra historia, y lo peor es que los nacionalismos periféricos, que cuestionan severamente nuestra existencia, a veces la resucitan tergiversándola y manipulándola. El nacionalismo catalán conmemora la toma de Barcelona en 1714 por las tropas castellanas alterando sus causas y consecuencias. Y, desde la idea de los llamados Países Catalanes, los catalanistas valencianos negaron a Valencia su condición histórica de antiguo Reino, propugnaron País Valenciano y obligaron a adoptar una denominación amorfa que rebaja su personalidad: Comunidad Valenciana. Porque si Valencia ha sido históricamente ha sido como Reino dentro de la Corona de Aragón.


Nuestra ignorancia histórica produce resultados lamentables, a veces desde la buena fe. Es absurda, por ejemplo, la denominación oficial estatutaria de la Comunidad asturiana. Asturias nunca fue un Principado, fue un Reino que fundó lo que luego sería España, el primero de una sucesión de Reinos que culminó en el Reino de Castilla. Y cuando en 1388 Juan I de Castilla le concede a su hijo Enrique el título de Príncipe de Asturias, se lo concede como una dignidad meramente honorífica que pone de relieve su condición de heredero de un Reino. Pues bien, en 1978 nuestros constituyentes cometieron un nuevo error político, que los Borbones venían cometiendo desde que accedieron al trono de España, al constitucionalizar el título castellano de Príncipe de Asturias frente al título equivalente de la Corona de Aragón -Príncipe de Gerona- y del Reino de Navarra -Príncipe de Viana-. Lo que ha conducido, además, a que los Premios Princesa de Asturias, su concesión y su ceremonial, minusvaloren públicamente a los otros dos títulos. Muchos años antes, y analizando otros asuntos, ORTEGA escribió en su España invertebrada: “Castilla ha hecho a España y Castilla la ha deshecho”.


El Gobierno perpetra otra Ley educativa, una Ley que está lejos de restañar nuestras ignorancias y nuestros sectarismos. Para que los jóvenes voten socialismo, que es de lo que se trata, además de los innumerables bonos culturales y de vivienda, no hace falta que sepan mucha historia. Más bien al contrario.

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