el charco hondo

Radialeros

A raíz de la tormenta de nieve que paralizó Madrid a principios de este año, las palas alcanzaron un protagonismo sin precedentes. Quien tenía una pala tenía un tesoro y, a remolque de las urgencias de aquellos días, supimos que un montón de madrileños -muchos, quizá demasiados- tenían una pala en casa. Raro. Inquietante. Extraño. Llamó la atención que tantos vecinos guardaran en el trastero, altillo o debajo de la cama una pala, para qué, a santo de qué, por qué. Hubo quien, derrochando humor, mala baba o ambas cosas, concluyó que la nieve había sacado a la luz un censo hasta ese momento oculto de psicópatas. La limpieza de las calles, bloqueadas por culpa de la nieve, y del hielo, disparó la venta de palas en las ferreterías. Aquellos días la pala alcanzó la condición de animal de compañía, amontonándose imágenes de vecinos que iban por la calle con su pala como quien lleva el móvil o un paraguas. Filomena no pasó por mi ciudad, ni de lejos, así que la estadística de vecinos con pala continuará siendo un misterio. Cosa diferente son las radiales. El censo de vecinos con radial sí está actualizado. Según los datos que barajamos en el edificio, en mi calle sale a ocho radiales por vecino, radial arriba, vecino abajo, de abajo o el de abajo. La amoladora angular, esmeril angular, rotaflex, galletera, desbarbadora o radial, empleada mayoritariamente en tareas de construcción y bricolaje, se utiliza para cortar, lijar, decapar o, en el caso de los edificios de mi calle, para echar el fin de semana sin salir de casa, cortando, lijando o decapándonos la siesta, el sistema nervioso, el rato frente a la tele, la conversación, el desayuno, el almuerzo o la cena, a los vecinos de arriba o abajo, derecha e izquierda. Hay quienes cuando llega el sábado y el domingo aprovechan para hacer algo de deporte, darse un baño en el mar, salir a comer con la familia o amigos, leer, despacharse varias temporadas de una serie o escapar a un hotel; pero si tienes una radial, galletera o desbarbadora, lo suyo (y lo tuyo, como víctima colateral) es cortar, lijar y decapar lo decapado, cortar sobre lo cortado, lijar sobre lo lijado o, si no sabes qué hacer con la radial, ir por la casa paseándola como si fuera un dron o un cigarro, saciando de esa forma la adicción que, al parecer, genera el botón de la puta radial. Tal vez, como ocurrió en Madrid con las palas, en mi calle está por salir a la luz un censo oculto de radiales, y de usuarios inquietantes, extraños, raros.

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