Quienes sí saben de estas cosas cuentan que las sustancias generan un aroma específico cuando sus moléculas aterrizan en las neuronas olfativas. Sin embargo, los científicos no terminan de ponerse de acuerdo sobre la naturaleza de tal interacción. Muchos interpretan que esas moléculas encajan en las paredes de las neuronas cual llave en una cerradura, determinándose así el olor específico, tesis que resulta insuficiente porque no permite explicar que moléculas similares huelan diferente mientras otras, distintas, generan olores parecidos. Todo huele. El olor no es una magnitud estándar, de ahí que hayamos aprendido a cuantificarlo, graduarlo, ubicarlo en tiempo, espacio y episodios personales, situándolo en determinadas escenas, viéndolo incluso, poniéndole nombre, apellidos, ciudad o país. Los olores pintan la memoria regresándonos a experiencias, buenas, y malas, de años atrás. El olor nos sacude, y transporta. Cada vez que me llega el olor a césped recién cortado automáticamente regreso a la casa de Bajamar, al verano de las edades más tempranas, al patio que debió seguir siéndolo, a aquel jardín donde empecé a imaginar. Huele el silencio. Huelen las despedidas, los disgustos, el desánimo o las alegrías, las risas y los amargados, la edad, las habitaciones, los plastas, el enterado o los bares, y cuando el olor a caca de vaca se cruza en el camino (en alguna carrera por el campo, los fines de semana) vuelvo a Inglaterra, a las afueras de Bristol, a otros veranos, a mi casa junto a una granja, a caballos, a vacas y caca de vaca. También huelen los políticos. Cuando en el PP de acá o allá -Madrid o Canarias- empiezan a darse codazos, y en eso están, huele a prisas, precipitación, torpeza, a inmadurez y goles en propia puerta. El olor a urna provoca ceguera, aturde. Se equivoca el PP, mucho. Han terminado creyéndose -porque sus palmeros sueñan despiertos- que habrá elecciones inmediatas, y no. Casado actúa como si el domingo abrieran los colegios electorales, y no, al revés, hasta finales de 2023 no acabará la legislatura, de ahí el absurdo de pretender que su mitin de cierre de campaña dure dos años. Huele a que el PP se está tirando a una piscina en obras, sin terminar. El olor del poder -percepción irreal, fuera de contexto- los tiene incurriendo en errores propios de gallina descabezada. Olvidan que la economía será la que dé o quite gobiernos, y que, en consecuencia, este ruido, tanto ruido, no conduce a ninguna parte. Este país necesita un buen PP, un partido capaz de entender que ahora lo que toca es oler diferente, oler a otra cosa, a buena oposición, a paciencia.